22 de febrero de 2019

El contrato social


El buen gobierno ha sido el tema sobre el que reflexionar desde hace siglos por todo pensador, es un concepto fundamental puesto que es el objetivo de la política y ésta nace prácticamente con el ser humano hace millones de años atrás. Tras leer a dos de los grandes filósofos de los siglos XVII y XVIII, Thomas Hobbes (1588-1679) en “Leviatán” y Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) en “Del Contrato Social” asimilando así ambos discursos podemos trabajarlos contraponiéndolos para conseguir de algún modo ideas fundamentales. 

El ‘Estado de Naturaleza’ es algo en lo que se apoyan ambos filósofos, el estado en el que se encuentran los seres humanos antes de la creación de una organización, sociedad o corporación, en esta situación el hombre denota cierto egoísmo y llevado al extremo acabará en conflicto con otro hombre. No obstante, cada pensador tiene sus matices en cuanto a la naturaleza del ser humano. Hobbes no llega a tratarlo directamente en el fragmento trabajado, puesto que centra su discurso en la ya constituida República, pero sí Rousseau, al escribir “Un pueblo, dice Grocio, puede entregarse a un rey. […] Antes de examinar el acto por el cual un pueblo elige a un rey sería bueno examinar el acto por el cual un pueblo es tal pueblo; porque siendo este acto necesariamente anterior al otro, es el verdadero fundamento de la sociedad.”(Rousseau, 1762; pag. 21), interesándose como vemos en el preludio de dicha sociedad.­

La conclusión que extraen, tanto Hobbes que define al hombre como un ser que busca las filias y se aleja de las fobias, en principio no malo ya que se compadece pero que puede llegar a ser una amenaza en caso de ‘escasez’ por ejemplo, de ahí la famosa frase “homo homini lupus”; como Rousseau, es que el llamado “contrato social” es el instrumento mediante el cual formar ‘La República’ o ‘El Estado’. Es el camino a tomar para garantizar la autoconservación o como diría Rousseau; superar en mayor medida los obstáculos que se oponen a su conservación en el estado de naturaleza. 

De hecho, Rousseau es más explícito e intenso en esta cuestión como vemos aquí: “Como los hombres no pueden engendrar fuerzas nuevas, sino solo unir y dirigir aquellas que existen, no han tenido para conservarse otro medio que formar por agregación una suma de fuerzas que pueda superar la resistencia, ponerlas en juego mediante un solo móvil y hacerlas obrar a coro.”(Rousseau, 1762; pag. 21/22). ­­Pero de nuevo hayamos una dicotomía, Hobbes aboga por el sacrificio de derechos y bienes de todo un colectivo en favor de un soberano (el Leviatán) que vele por el bien común; en cambio Rousseau, demócrata empedernido, cree en la voluntad general de dicho colectivo sometiendo a ‘debate’ incluso los derechos que considera naturales como son el derecho a la vida, el derecho a la libertad y el derecho a la propiedad. ­ Ésta es un elemento sobre el cual difieren de nuevo los autores, Hobbes no cree en el derecho a la propiedad privada, no al menos como comúnmente está establecida, “Todo hombre, efectivamente, tiene una propiedad que excluye el derecho de todos los demás súbditos. Mas si disfruta de esa propiedad, ello es gracias al poder soberano sin cuya protección cualquier otro hombre tendría derecho a poseer la misma cosa.”(Hobbes, 1651; Pag. 399) con lo que quiere decir que todo individuo es propietario (potencial) de sus bienes siempre que el Leviatán no los requiera, ya que es éste el primer y único propietario completo de todos los bienes, como comentábamos en el contrato social. 

Rousseau por su parte describe a los ciudadanos como propietarios del bien público, algo paradójico pero comprensible al hacer de estos bienes la propiedad del conjunto del estado y marcando como objetivo defenderlo frente al extranjero. Además cree que el estado de mera naturaleza es un estado de igualdad, situación que se corrompe al aceptar el contrato social y a su vez ‘aparece’ la propiedad privada con las desigualdades, avaricia y envidia correspondientes, pero que resuelve con esta paradoja de ser todos propietarios del bien común, volviéndose así “todos iguales por convención y de derecho.” (Rousseau, 1762; pag. 31)

Un gran pilar que sustenta este tipo de discursos es el sistema de gobierno, por así decirlo. Un sistema que, aun no habiéndolo tratado per se, queda vislumbrado; absolutista en el caso de Hobbes, basado en un soberano omnipotente y duro con el pueblo pero que busca el bien de éste y es aceptado a su vez por el mismo; y en el caso de Rousseau, democrático puesto que es en la voluntad general donde reside la potestad de decidir. Piensan igual sobre las características de la soberanía, ambos creen firmemente en la idea de que la soberanía es algo indivisible e inalienable. 

En definitiva, dos filósofos como son Hobbes y Rousseau aparentemente distanciados, acaban, a mi parecer, a una distancia verdaderamente debatible; tan solo ideas distintas fundamentadas en valores similares. El contrato social para la mejora de ‘principios’ que forman al hombre, la viabilidad de una sociedad sin propiedad privada y la soberanía indivisible e inalienable son algunos de los aspectos que a grosso modo asemejan a dichos autores a pesar de estar distanciados por algo más de cien años y menos de mil quilómetros.

1 de enero de 2019

Pregúntale a Marx: ¿Los extremos se tocan?


Haces un análisis marxista de la realidad y las cosas cuadran, quien te escucha reconoce que tiene sentido y coincide en muchos de los diagnósticos, PERO…

Todo parece ir bien hasta ese “pero”, a partir de ahí todo son falacias, egoísmo o ignorancia. Uno de los recursos más habituales es “todo extremismo es malo” o, en su versión oficial, “los extremos se tocan”. Una suerte de mecanismo de defensa que separa lo sensato de lo radical, si hablamos de feminismo, condenar a la manada es sensato, oponerse a los piropos es radical. 


Es que vas demasiado más allá. ¿Se puede ir demasiado lejos? ¿Podemos acabar demasiado con el machismo, con la homofobia, con el racismo? Tan solo 2 han sido los problemas que me han planteado al pasarse de anti-racista:

Problemática 1
Al conocido como brazo de gitano se le tiene que llamar pastel alargado o simplemente pastel (al igual que otros 1312 pasteles de formas distintas que no necesitan de nombre propio).

Problemática 2
Que si desconoces la nacionalidad de un magrebí tienes que describirlo por un rasgo que no sea su país de origen, al no aceptar el término “moro” y negarse en rotundo a utilizar “magrebí”. 

En cuanto a problemas reales, no he logrado encontrar uno a día de hoy, por lo que os reto a mencionar alguno en los comentarios. 

Ahora bien, analicemos la veracidad de la sentencia titular ¿los extremos se tocan? La respuesta más obvia es NO. De forma evidente, uno no se convierte en egoísta o tacaño al pasarse de generoso ni se puede volver intolerante al tomarse demasiado a pecho la tolerancia. 

Asimismo, nunca oirás decirle a alguien que lleva al límite una característica negativa que si se pasa va a acabar siendo positivo, es decir, no se le advierte a un misógino machista que de seguir así acabará siendo un aliado feminista. Al parecer, los extremos se tocan de forma unidireccional, cuidado con hasta donde lleves una causa justa porque puedes acabar por ser injusto, pero tranquilo si emprendes una lucha deleznable, pues nunca te desviarás de tu repugnante objetivo. 

De aceptar semejante estupidez, podemos identificar casos en los que no se ha aplicado, Ghandi o Teresa de Calcuta por ejemplo. El imaginario colectivo no tiene a Ghandi como un extremista pacifista (él nunca podría pasar a ser violento) ni a Teresa de Calcuta como una radical altruista (tampoco ella sería egoísta al pasarse de frenada). Lo que diferencia estos dos casos de los mencionados al inicio es la capacidad de generar cambio, de modificar el statu quo. La Tere está claro que no juega un papel revolucionario, pero Ghandi tampoco,. Entiendo que pueda generar confusión la propaganda sobre él, sin embargo, si el uso de la violencia es un requisito para acabar con los privilegios de la clase dominante, el pacifismo es reaccionario.