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La estructura del sistema internacional actual es un concepto operativo muy útil para la clasificación y el estudio de la realidad mundial. Precisamente para dar respuesta a una serie de cuestiones esenciales relativas a la distribución de hegemonía y capacidad de influencia de los actores en el susodicho escenario, Esther Barbé (2007, 200-203) ha descrito tres modelos según el número de potencias hegemónicas.
Sistema político internacional unipolar
Éstos son, en primer lugar, el sistema unipolar, en el que una sola potencia ejerce el control sobre el resto puesto que posee el poder de coerción de forma exclusiva; además sus valores serán impuestos. El sistema en cuestión es estable por definición, reservando la posibilidad de cambio en caso de erosión (interna o externa) de la potencia imperial.
Sistema político internacional bipolar
En segundo lugar, el sistema bipolar, una tipología de sistema en la que la hegemonía es compartida entre dos potencias que sumadas igualan o superan la capacidad del resto de actores en conjunto. Puede darse heterogeneidad u homogeneidad en los valores dependiendo si los comparten o no las potencias imperantes. La estabilidad estará asegurada siempre que haya equilibrio entre éstas y su erosión o enfrentamiento no sea el suficiente. A pesar de que la realidad de la Guerra Fría es algo más compleja que eso, encontramos autores que califican de bipolar el sistema comprendido entre el final de la Segunda Guerra Mundial y la caída de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Sistema político internacional multipolar
Por último, Barbé tipifica un posible escenario denominado sistema multipolar que responde ante el equilibrio de varias potencias de similar capacidad de influencia. Fruto de este equilibrio puede darse la homogeneidad o heterogeneidad en los valores, sin embargo parece más probable la discrepancia cuanto mayor sea el número de actores predominantes. La estabilidad resulta del recelo de unas potencias a otras manteniendo la igualdad y ejerciendo si es necesario el uso de la fuerza para garantizarla. La autora apunta a la Europa de los siglos XVIII y XIX como ejemplo histórico de sistema multipolar.
Una vez identificadas las categorías, tratamos de encajar el sistema internacional contemporáneo en alguna de ellas pero su complejidad característica imposibilita hacerlo.
Tras el final de la Guerra Fría –e incluso durante ésta– vemos aparecer una serie de síntomas distintivos de una nueva etapa en la historia de la política internacional, la globalización. Al contrario de lo que muchos autores afirman, ésta no es un hecho único en la historia, en el pasado, el mal llamado descubrimiento de América, la esclavitud, la locomotora y barco a vapor o el telégrafo fueron otros fenómenos que supusieron un impacto inconmensurable (Ferrer, 1997, 12). Sin embargo, la influencia de la globalización es suficiente como para obligarnos a cambiar el esquema de análisis, siguiendo el adoptado por Barbé (2007, 307), nos fijaremos en el plano militar, en el económico y en el global. Debemos hacerlo de este modo puesto que cada uno de estos ámbitos tiene una lógica distinta y no se entiende si no es por separado aunque asumiendo su total interdependencia.
El ámbito militar está determinado por una potencia en solitario, Estados Unidos, la fuerza bélica más poderosa del mundo, muy por detrás encontramos las otras cuatro potencias nucleares reconocidas en el Tratado de no-proliferación nuclear (Rusia, Francia, Reino Unido y China), India y Pakistán que demostraron su capacidad nuclear a finales de los años 90, e Israel y Corea del Norte (Sánchez, 2007, 43). Por tanto, podríamos afirmar que el sistema jerárquico internacional militar es unipolar con un dominio estadounidense en primera instancia y, en todo caso, multipolar si ampliamos el espectro de estudio por “la discriminación que implican los acuerdos de no-proliferación nuclear, que permiten a las cinco grandes potencias mantener su armamento mientras lo prohíbe para el resto de estados” (Sánchez, 2007, 43).
Si profundizamos un poco más en el tema veremos, de acuerdo con Barbé (2007, 312-315) tres hechos que nos llevan de alguna forma hasta este escenario. Pese a que el fin de la Guerra Fría y la descolonización parecían apuntar a la obsolescencia del concepto seguridad como estrictamente la defensa militar del estado, dando pie a uno en términos mucho más amplios incluyendo economía, derechos humanos y desarrollo; la cruda realidad es que Irak o Afganistán demuestran el auge del armamentismo, no solo en el nuevo enfrentamiento Estados Unidos contra los rogue states, sino también en zonas conflictivas totalmente inestables (Oriente Medio, Grandes Lagos de África o la antigua Yugoslavia) donde el estado soberano clásico no se ha consolidado y estalla la violencia por motivos económicos, étnicos, religiosos, etc., véase el terrorismo (Sánchez, 2007, 49-60), enlace entre el plano militar y el global, que trataremos más adelante y no en profundidad por su extensión. Por último, la privatización a la que se somete el propio plano militar con máximos exponentes en los ejércitos paramilitares financiados por grandes potencias económicas con el objetivo de favorecerlas con su actuación.
En el plano económico es quizá donde el impacto de la globalización ha sido mayor puesto que se alimenta mediante los tratados de libre comercio, la creación de empresas transnacionales, la privatización de las empresas públicas y la desregulación financiera internacional (Mittelman, 2002, 37). Dicho fenómeno se ha traducido en dos pulsos, el protagonizado por el estado contra la globalización y ésta frente a la regionalización.
El primero de ellos se da por la tensión entre el control estatal fundamentado en la soberanía territorial, como bien comenta Barbé (2007, 316), y lo que supone la globalización, “la superación del territorio y del tiempo como marco de actuación por parte de los actores” (Arenal, 2002, 35). Ante esto encontramos el nacionalismo, “reacción y consecuencia de la globalización, en el sentido de buscar posicionarse como nación en el sistema internacional de forma que les sea más ventajosa” (Sánchez, 2007, 74).
El segundo tiene que ver con la integración económica regional que atenta –aunque menos que los estados– contra los valores más extremamente liberales (en cuanto a libertad económica se refiere).
Además, dicha regionalización se ha concentrado en Europa Occidental, Norteamérica y Asia Oriental como foco de comercio e inversiones, lo cual supone un problema para el resto de zonas marginadas, la globalización, en términos económicos, no es ni mucho menos universal, de hecho, dicho sea de paso, siguiendo los cánones liberales trata a la desigualdad como algo natural.
La estructura económica internacional es multipolar, encabezada por las potencias clásicas y en breve también por los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudafrica).
En cuanto a la agenda global, no es otra cosa que los problemas que unen a diferentes actores (un gran número de ellos) y que requieren de una solución conjunta como puede ser el cuidado del medio ambiente, la lucha contra el terrorismo o la pobreza. No podemos obviar el aumento considerable que denota la participación “ciudadana”, activistas que mediante ONGs u otras plataformas han conseguido una mayor relevancia en la arena internacional (Barbé, 2007, 321-323). Sin embargo, la agenda global está estrechamente ligada a la Organización de Naciones Unidas donde predominan los países de las zonas mencionadas en la regionalización sobre el resto.
Podemos concluir entonces, que a pesar de no poder encuadrar la realidad internacional como un todo en los modelos descritos por Barbé, si la diseccionamos seremos capaces de identificar dichos patrones en los distintos planos. El sistema internacional militar responde ante una estructura unipolar (en segundo plano multipolar) con Estados Unidos al frente, el económico, claramente multipolar, se caracteriza por el liderazgo de los bloques regionales que actúan como unidades compuestas de estados, y el global, algo más anárquico y difuso, toma una estructura u otra según el issue a tratar aunque generalmente los líderes son los mismos que en el plano económico.
La teoría política internacional (véase Samuel Phillips Huntington) ha denominado a la susodicha estructura en alguna ocasión como sistema uni-multipolar, parece un concepto válido dadas las circunstancias.
Cabe analizar los tipos de poder por separado. Militar, económico, geopolítico, cultural.. Pero al final el poder real de un país es la suma de todos. Haciendo balance, desde que el 1990 la Unión Soviética perdiese su condición de superpotencia (sí, un año antes de su caída definitiva), el sistema ha sido unipolar. Si bien, hoy está evolucionando hacia la bipolaridad, pués China se dirige al estatus de superpotencia global. Pero todavía no hemos llegado a eso. El tremendo poder estadounidense se ha demostrado en el último año: EE.UU. se está enfrentando en múltiples frentes: a Alemania, a China, a Rusia, a Turquía, a Irán, a México (migrantes)... Cualquier otro país que intentase crear semejante tensión múltiple, le pondrían rojos los carrillos a bofetadas. Pero en 2019 es EE.UU, más bien, aunque no del todo, el que reparte a diestro y siniestro. La UE, con todo su enorme poder económico, ha tenido que dar marcha atrás en sus tratos con Irán. Por ejemplo. Nadie más, ni mucho menos, puede lograr eso a excepción de Estados Unidos.
ResponderEliminarPorque se habla de un mundo multipolar?
ResponderEliminarPorque se habla de un mundo unilateral? Ayudeen