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Hace unos días, leyendo una discusión de la incansable Laika, me encontré con un LET clásico empleando un argumento más clásico si cabe de liberal recalcitrante sobre la deslocalización y ¿por qué no decirlo? la explotación infantil. El planteamiento defendido consistía en que el capitalismo no permite de buena fe la deslocalización que resulta maravillosa para un empresario explotador a fin de que éste pueda forrarse a costa de la plusvalía de los (
El liberalismo económico se sirve de una
aproximación estructural-funcionalista para justificar la barbarie que pretende
hacer pasar por buena. Trataré de exponer los fundamentos básicos de este
enfoque para poder contextualizar dicho argumento y criticarlo.
El estructural-funcionalismo nace aproximadamente
durante la segunda mitad del siglo XIX influenciada por el funcionalismo y la
teoría de sistemas. Ya en Auguste Comte se leen indicios del equilibrio natural
de la sociedad y especialmente del organicismo[1], rasgo
que trataremos más adelante característico de esta teoría. Este organicismo es
similar al que encontramos en Herbert Spencer, sin embargo, la reflexión no
queda limitada al análisis de sistemas sociales como si se tratara de sistemas
orgánicos desde una perspectiva de conjunto, sino que, marcado por el
utilitarismo, trata además de trabajar sobre los actores individualmente
–dentro de un todo– y la búsqueda de su bienestar. La necesidad de llevar a cabo funciones
por parte de los actores que
integran un sistema para la
supervivencia de éste es, muy probablemente, uno de los aspectos más
interesantes de su aportación a esta corriente.
Émile Durkheim recogiendo, en parte, ambas
visiones siente especial interés en las partes que conforman el organismo
social, la relación entre ellas y la capacidad del propio sistema u organismo
para sobrevivir y permanecer estable.
Sus aportaciones giran en torno a la adaptación,
especialización e interdependencia de las partes
integrantes de un sistema.
Los tres autores mencionados junto con
Malinowski, Radcliffe-Brown, Parsons y Merton son algunos de los principales
artífices del desarrollo del funcionalismo estructural.
Hemos comentado la recurrente influencia
organicista en los planteamientos previos, y precisamente ese término parece el
más apropiado para iniciar el análisis. El planteamiento de la realidad social
como un ente homologable al orgánico implica afrontar la sociedad como un
sistema formado por actores que cumplen funciones (individualmente) que los
definen y son necesarias para el conjunto. Al igual que en el cuerpo humano,
cada órgano es imprescindible y la alteración de uno de ellos afecta a su vez
al resto. Además, la lógica holista del funcionalismo estructural sostiene que
el sistema debe interpretarse como un todo que es más que la suma de sus
partes.
Por lo tanto, los defensores de esta
aproximación optan por el estudio de los sistemas políticos a partir de las
características de los elementos que los forman en relación a la función que
ejercen, dicho de otra forma, pretenden determinar la función que realiza y
determina la naturaleza de un actor, siendo ésta esencial para el sistema como
punto de partida para el análisis.
Pero centrándonos en la unidad básica, el rol o función, esto es “un complejo
de actividades dirigidas hacia la satisfacción de una o varias necesidades del
sistema” (Rocher y Parsons, 1974: 40). Pero si toda función es necesaria e
imprescindible, cada una de las acciones llevadas a cabo dentro del sistema
serán incluidas dentro de un marco funcional, lo que lleva a la necesidad de
teorizar sobre un mecanismo que dé respuesta a ese problema a la vez que da
sentido a la estructura social, es decir, qué hace que los individuos tanto de
clases sociales favorecidas como no favorecidas pretendan perpetuar su posición
y realizar su función. Dahrendorf centró su trabajo sobre este punto y sostuvo
que los actores no necesitan conocer las pretensiones de su posición,
simplemente están definidos por ésta y se adaptan al rol. En el caso de la
estructura social, mientras la clase dominante sí se esfuerza en mantener el
statu quo, la dominada no, ésta busca el cambio, pero no supone un problema
para el sistema porque esas características ya forman parte de él. Los
conceptos que Dahrendorf acuñó para dar salida a esta cuestión fueron los intereses latentes y los intereses manifiestos.
Los primeros son las expectativas del rol que
un actor tiene inconscientemente, la “intención involuntaria” de crear cohesión
social que tiene un delincuente al cometer un delito, hecho que es visto en su
mayoría por la sociedad como negativo y crea vínculos. Mientras que los segundos,
no son otra cosa que los intereses latentes de forma consciente.
Esto nos lleva inevitablemente a tratar la relación que mantiene el individuo con las instituciones dentro de este marco
de pensamiento. Parsons (1951) establece las instituciones como las encargadas
de la reproducción y transmisión de las normas y valores imperantes y
necesarios en el sistema, este proceso tiene lugar en la socialización de los
individuos, que provocan una interiorización tal de los valores que terminan aunar los
intereses del individuo y el sistema. En palabras del propio autor, “la combinación de las pautas de orientación
de valor que se adquieren debe ser en
una considerable proporción una función de la estructura fundamental de los
roles y los valores predominantes del sistema social” (Ibid: 227).
Lo cual reduce inexorablemente la racionalidad de los individuos, prácticamente
cosificándolos.
En cuanto a la estructura lógica del
funcionalismo estructural, representa probablemente el punto más débil de la
teoría, pues sitúa el efecto previo a la causa. En el caso anterior, si
queremos identificar qué causa que un individuo cometa un delito, los
estructural-funcionalistas nos dirían que hay que buscar en las consecuencias
(cohesión social) para encontrar la causa, lo cual es cronológicamente incongruente;
incluso de no serlo, los intereses latentes de Dahrendorf resultan
inverosímiles. Este enfoque sufre una necesidad capital de un mecanismo que logre
situar coherentemente la causa y el efecto de un fenómeno, sin éste es
sospechoso.
Sospechoso de alimentar ideologías deleznables
ofreciendo justificaciones para todo tipo de atrocidades, véase la esclavitud,
el darwinismo social xenófobo, etc. Es éste último el componente más
relacionado con el funcionalismo estructural, ya que en un último intento de
salvar la incapacidad de este marco teórico para tratar con el cambio, Parsons
se inspiró en la biología darwinista para explicarlo:
“Para que la diferenciación dé un sistema equilibrado y más evolucionado, cada subestructura nuevamente diferenciada... debe tener una mayor capacidad de adaptación para realizar su función primaria, en comparación con el desempeño de esa función en la estructura previa y más difundida... Podemos decir que este proceso es el aspecto de ascenso de adaptación del ciclo de cambio evolutivo.” (Parsons, 1966: 22)
Lo que provee al nazismo de justificación para
holocausto basándose en la consecuencia directa: el holocausto fue causado por
la supremacía de la raza aria (e ideológicamente afín al nazismo), puesto que los
nazis sobrevivieron y judíos, comunistas, homosexuales, etc., no.
De ese modo, el liberalismo interpreta la
economía como un organismo (el Mercado) en el que sus actores (los individuos),
regidos por la oferta y la demanda, llevan a cabo sus funciones (explotar, ser
explotado, etc.) impulsados por instinto o naturaleza (un trabajador es
trabajador porque nace trabajador y un empresario explota porque es lo natural
en él). No solo naturaliza la barbarie sino que pretende presentarla como una
suerte de mal necesario para alcanzar el bienestar general.
La teoría presenta varias incongruencias pero
son 2 las que me parecen más evidentes, por un lado, según el pensamiento
liberal el capitalismo puede llegar a unas cuotas de bienestar mundial, por lo
que se entiende que a día de hoy es imperfecto, dado que aún hay naciones subdesarrolladas;
pero, deberíamos ver entonces un mayor crecimiento del bienestar en épocas
donde el neoliberalismo ha gozado de mayor hegemonía, sin embargo no es así.
Por otro lado, cuesta creer en ese
determinismo, típico del catolicismo, que le dice al trabajador de Bangladesh
que es lo que le ha tocado, que alguien debía ejercer el rol de explotado y ha
sido la suerte de nacer en un sitio u otro lo que lo ha condenado a esa situación.
Cuesta creerlo a menos que seas el empresario, en ese caso resulta liberador,
supongo.
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