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5 de abril de 2020

Coronavirus: Todo mal, casi


Abrumado por el bombardeo de desinformación al que estamos sometidos por la situación actual, he intentado esquivar todo análisis o previsión durante estas últimas semanas. Sin embargo, hoy se me ha ofrecido la posibilidad de leer un artículo de opinión de elEconomista.es y he caído. Me picaba la curiosidad por ver el posible estropicio que resultara un análisis económico neoliberal, además, ponen como cebo "marxismo" en el título para que lelos como yo les demos clics fáciles y a mí no me gusta decepcionar.


No voy a entrar a responder el puñado de gilipolleces que se comentan, no es más que la demonización de la nacionalización de sectores económicos estratégicos y bilis contra el gobierno usando la, ya desgastada, doble vara de medir; pero sí me gustaría hacer balance de las consecuencias de la pandemia del coronavirus.

En primer lugar, debo acotar el análisis a las consecuencias de éste porque el origen lo desconozco igual que vosotros, hago oídos sordos a todo tipo de conspiranoia por verosímil que me parezca (EEUU, China, control demográfico, etc.). Por tanto, aceptamos la premisa del origen del contagio del virus "oficial". Pesando los pros y los contras que suponen las externalidades -en política pública se conoce la externalidad como el impacto no compensado de las acciones de un actor sobre el bienestar de otro- de la pandemia. No tendremos en cuenta las muertes que se ha cobrado el virus, ya que interpretaremos las repercusiones directas en la salud de la población como el objetivo del virus y lo que trataremos son las consecuencias "no deseadas" de ello.

Empecemos por las negativas, la pandemia ha afectado de modos distintos pero con igual intensidad en dos direcciones. Por un lado, la vertiente económica, evidente, la congelación de la actividad laboral ha convertido en papel mojado cualquier planificación o estrategia empresarial al corto y medio plazo con las consiguientes inversiones. 

Cuando el empresario enfrenta el 2020 realiza un pronóstico sobre el que sostiene "su apuesta", calcula cuántos productos o servicios puede conseguir que demanden los consumidores e intenta cubrir esa demanda empleando los mínimos recursos posibles para ampliar el margen de beneficio. Un cálculo por encima o por debajo de la realidad suponen pérdidas relativas.

Por su parte, el trabajador afronta el 2020 intentando cambiar su fuerza de trabajo a la empresa que mejor le convenga por un sueldo para asegurar su supervivencia. El riesgo de "escoger una mala empresa" es el que puede dar perdedora la "apuesta". Ambos actores, con intereses enfrentados, pretenden firmar un contrato ganador pero el COVID-19 ha trastocado cualquier escenario imaginable así que a alguien le tocará pagar... o no. 

Motivado por una causa que escapa a su control, el empresario ve como los acuerdos a los que había llegado con los trabajadores le perjudican y los beneficios esperados desaparecen; del mismo modo, los trabajadores corren con la posibilidad de contagio o el no poder cuidar a sus hijos los días que el empresario les obliga a trabajar (basándose en el contrato que firmaron). La pandemia, como la remontada de la Roma al Barça en la Champions de 2018, no era previsible y quien apostó de forma racional, perdió. Perdimos los trabajadores al tener que cumplir nuestra parte del trato para conservar el salario y debería perder el empresario pero, UNA VEZ MÁS, obtiene una ventaja comparativa, se le ofrece en bandeja de plata la posibilidad de realizar un Expediente de Regulación Temporal de Empleo (ERTE). De esta forma, se facilita romper con la obligación del contrato empresa-trabajador y mandarlo al paro sin penalizaciones de ningún tipo y absolutamente al margen del parecer del trabajador (siendo el 50% del acuerdo).


En la historia de la economía española encontramos recurrentes ejemplos en los que la empresa privada asume un riesgo para lograr beneficios, si sale bien, se llenan los bolsillos (cómo el riesgo es del empresario, el beneficio también) y si sale mal, son los trabajadores y/o ciudadanos quienes asumen las pérdidas para que el empresario pueda llenarse los bolsillos de igual forma (véanse el rescate a la banca, por ejemplo). Las consecuencias solo resbalan del pecho del empresario si son negativas.

Comentando la situación con conocidos encuentras un discurso común, les resulta irrelevante la injusticia del asunto, ya que podrán disfrutar del paro (70% de la base reguladora del salario) sin gastar prestación ni importar el tiempo que lleven en la empresa, cobrarán sin trabajar. Según esa visión tanto patronal como trabajadores reciben ayudas.

Si nos paramos a ver el origen y el destino de dichas ayudas descubriremos que para minimizar las pérdidas del empresario se le permite incumplir el contrato laboral y para que el perjudicado (trabajador) no proteste el Estado le provee de subsidios con condiciones mejoradas; dicho de otro modo, Papá Estado aparece para salvar el culo del empresario y compensa al trabajador con su propio dinero, un dinero recaudado mediante impuestos mayoritariamente, de lo cuales los trabajadores aportan entre el 60% y el 70%. ¿Intervendrá también el Estado para evitar que empresas que ganaron su apuesta porque se dedicaban a la producción de mascarillas, por ejemplo, se bañen en oro a costa de una situación que escapa a su control? No, cuando se trata de explotar y forrarse, no.

Entiendo la lógica de que "es un motivo de fuerza mayor" en el que las empresas no han tenido control (aunque cuando lo han tenido han decidido seguir produciendo a costa de arriesgar la salud de sus trabajadores); pero tampoco yo tengo control, sin embargo, pago (posiblemente sin disfrutarlo) el seguro del coche, los intereses del banco, el alquiler, etc. También yo me comprometí  pagar un servicio de manera mensual pero a mí no me dejan decidir no pagarlo y compensar a las empresas con dinero pagado meses atrás.



La otra dirección en la que este virus ha afectado es en la psicológica, sin duda el fenómeno que más me preocupa es la aparición de 3 perfiles entre la población de este país:

El policía de balcón: un currela que aplaude religiosamente cada día a la hora indicada mientras le mean en la cara y le dicen que llueve, exige la intervención policial si un vecino tarda más de 30 segundos tirando la basura y pasa la cuarentena reenviando bulos por WhatsApp.

El protofascista en paro: un tipo que aprovecha la tesitura para sacar pecho de la última aportación del ejército, a las 8 pone el himno, si ve a alguien en la calle le escupe sin dudar, cree que la pandemia la ha generado el chino de abajo o una podemita el 8M y se sirve de ella para poner a parir al gobierno (en ocasiones lee elEconomista.es porque tenía 0,000000006 bitcoins; ahora la mitad).

El reptiliano; obsesionado con las teorías conspiranoicas, conoce con detalle las ocasiones en las que un medium de turno ha mencionado una catástrofe en 2020, le preocupa que el gobierno le obligue a quedarse en casa para controlarnos pero se la suda que le pinchen el micrófono, la cámara o la ubicación a diario. Por algún extraño motivo (un/a ex estudiaría medicina) odia a los sanitarios porque no son fit.


No obstante, también hay consecuencias positivas, por orden de importancia: la contaminación se ha reducido enormemente, el sector financiero las pasa canutas y puede leerse en la prensa generalista el término nacionalización más allá de Diego Costa (ahora ya no tengo que explicar qué es antes de explicar cuáles son las ventajas).


De las 3, la que más disfruto es la segunda, me encanta ver como la burguesía financiera y productiva retira despavorida sus capitales de las principales bolsas de valores del mundo; confirmando la tesis marxista de que el trabajo es la única fuente verdadera de riqueza, sin trabajadores no hay producción, no hay distribución, no hay consumo y, por tanto, no hay acumulación. La especulación financiera suena apetecible por 2 motivos, porque debe serlo para que los tontos de la base de la pirámide o los últimos de la fila pierdan su dinero (de algún bolsillo ha salido el dineral que se embolsan los brokers, banqueros y demás cocainómanos) y porque hay trabajo real detrás que la sustenta. Consta de un mecanismo complejo y perfectamente diseñado siempre y cuando no ocurra algo como esto.

19 de diciembre de 2018

¿Qué diferencias existen entre Benchmarking e Isomorfismo?


Con tal de lograr dirimir las diferencias existentes entre el denominado benchmarking y el isomorfismo, ambos fenómenos propios del ámbito organizacional, trataremos de definir e indagar en la naturaleza de ambos para posteriormente establecer líneas de comparación.
Es imprescindible para la gestión estratégica de una organización en cuanto a entorno institucional se refiere, que se asuma y entienda el concepto isomorfismo. Amos Henry Hawley (Hawley, 1968) definió dicho concepto como “un proceso restrictivo que obliga a una unidad en una población a parecerse a otras unidades que enfrentan el mismo conjunto de condiciones ambientales”. Con su análisis de los efectos del entorno sobre la estructura organizativa, Meyer y Rowan (1977) aplicaron por primera vez el término isomorfismo en el ámbito de las instituciones. Y finalmente, DiMaggio y Powell (1983) desarrollaron el término en su influyente teoría del isomorfismo institucional en los campos organizacionales.
El entorno organizacional es el ambiente en el que interactúa la organización, y éste lo forman redes de relaciones interdependientes, construcciones sociales en constante cambio, recursos, consumidores, otras organizaciones, etc. Dependiendo de los actores o parte del entorno en los que centremos nuestra atención podremos distinguir dos tipos de isomorfismo, el competitivo y el institucional (Meyer, 1980; Fennell, 1980).
Mientras que el isomorfismo competitivo hace referencia a la competencia entre las organizaciones por los recursos y los clientes, es decir, trata del ámbito económico; el isomorfismo institucional implica la búsqueda de la legitimad al adaptarse al entorno socialmente construido.
El isomorfismo institucional, a su vez, es un fenómeno que se da mediante tres mecanismos: el coercitivo, el mimético y el normativo (DiMaggio y Powell, 1983). El isomorfismo coercitivo es producido por la influencia política y legislativa, las leyes marcan ciertos parámetros que todas las organizaciones de un sector en concreto deben acatar y eso les lleva a parecerse de forma notable. El isomorfismo mimético responde a la incertidumbre y busca legitimidad, por ejemplo, en el mercado de las apps, ya es habitual ofrecer 30 días de prueba gratuita antes de poner en venta una aplicación, no hay ley que les obligue a hacerlo de este modo e incluso es posible que no hacerlo no reporte grandes desventajas, sin embargo, copiar una práctica ampliamente extendida aporta cierta legitimidad en el sector. Por último, el isomorfismo normativo viene de la educación formal profesional, la difusión del conocimiento de los expertos y definición de los métodos de trabajo para el establecimiento de una base de conocimientos (DiMaggio y Powell, 1983, p.152) buscando alinearse con los valores profesionales hegemónicos.
En cuanto al benchmarking, debemos remontarnos a la década de los años 80 en Estados Unidos para encontrar su origen. No es que no fuera, en parte, producto de otros conceptos anteriores, pero su aparición explícita va de la mano de Xerox Corporation, una empresa líder en la industria de las fotocopiadoras que vivió un declive con la llegada de Minolta, Ricoh y Canon como competencia. Las empresas japonesas producían a unos precios por debajo de los de Xerox por lo que el producto final era más barato y estuvieron cerca de hundir al gigante estadounidense. Sin embargo, encontraron en el benchmarking la herramienta ideal para recuperar el terreno cedido. Enviaron un pequeño grupo de personas a Japón para estudiar con detalle el proceso, el producto y los materiales de empresas establecidas en la isla. En palabras del presidente de Xerox, Charles Christ, en aquel momento:
“Necesito una referencia (un benchmark), algo con lo que podamos medirnos para entender hacia dónde tenemos que dirigirnos desde donde estamos” (McNair & Leibfried, 1992).
Volvieron con todas las referencias necesarias y estaban por debajo en la mayoría, tenían el doble de trabajadores, tardaban el doble de tiempo en la entrega y diez veces más piezas defectuosas. Tras los cambios, la calidad de los productos pasó de 91 defectos cada 100 máquinas a sólo 14, el coste de producción disminuyó un 50% y el tiempo de desarrollo de productos lo hizo en un 66% (Rickard Jr., 1991).
Por tanto, definimos el benchmarking como “una técnica que busca las mejores prácticas que se pueden encontrar fuera o a veces dentro de la empresa, en relación con los métodos, procesos de cualquier tipo, productos o servicios, siempre encaminada a la mejora continua y orientada fundamentalmente a los clientes” (Fa et al., 2005: 43).
Ahora que ya hemos situado cada uno de los fenómenos, veamos en qué coinciden y en qué difieren. En principio se podría pensar que benchmarking es simplemente otro modo de llamar al isomorfismo mimético, ya que ambos implican reproducir procesos, técnicas o estrategias de otras organizaciones. No obstante, encontramos cuatro diferencias significativas entre ambos fenómenos:
El modo; si bien el isomorfismo suele limitarse a calcar los elementos antes mencionados, el benchmarking da mayor importancia a la adaptación de técnicas ajenas a la organización propia realizando los cambios necesarios en función de las circunstancias y características de la organización.
La causa; el isomorfismo mimético puede ser una respuesta ante el problema de la incertidumbre, al llegar a un ambiente organizacional nuevo surgen cientos de preguntas sobre “cómo hacerlo” y reproducir lo que hacen las grandes organizaciones del sector parece una idea razonable. En cambio, el benchmarking puede darse en organizaciones, especialmente empresas, líderes en el sector que han hecho las cosas bien para llegar donde están pero deben renovarse y actualizarse para no perder el puesto.
La intención; muy relacionado con lo comentado en las dos anteriores, mientras que el isomorfismo mimético copia sin un especial énfasis en la adaptación procedimientos de las organizaciones asentadas por evitar esa incertidumbre pudiendo hacerlo de los menos apropiados, el benchmarking busca la mejor estrategia de cada departamento y empresa, se guía por la calidad de ésta no por la estabilidad de la organización en la que se miran.
Y la tipología; el benchmarking tiene vertientes como el benchmarking interno1 o el funcional2, lo cual carece de sentido hablando de isomorfismo mimético.
Finalmente, resulta interesante apuntar como en los modos de imitación de Haunschild y Minner (1997) encontramos una tipología que parece estar situada a caballo entre los dos conceptos comparados antes. Haunschild y Minner establecen tres tipos de imitación, la basada en la frecuencia, la basada en los rasgos y la basada en los resultados. Ésta última es la que nos interesa porque se define como la imitación de prácticas que, aparentemente, han tenido buenos resultados para otras organizaciones en el pasado mientras que evitan las malas.
1 Se suele dar en grandes empresas formadas por numerosos departamentos y/o divisiones, en las que es muy común compara los niveles alcanzados dentro de la misma organización. Debitoor: https://debitoor.es/glosario/definicion-de-benchmarking
2 Consiste en compararse con empresas que no pertenecen a tu misma industria; con este consigues la ventaja de obtener la información necesaria al no ser competidor de la empresa. Debitoor: https://debitoor.es/glosario/definicion-de-benchmarking

18 de mayo de 2018

¿Qué es el crowdsourcing y el consumer work?



El crowdsourcing y el consumer work están presentes de forma constante y natural en nuestras vidas, sin embargo, que desconozcamos dichos conceptos es síntoma de que no se ha discutido y tratado como debería. Hemos asumido las lógicas implícitas en estos fenómenos sin pararnos a reflexionar sobre si nos son beneficiosos o perjudiciales, por ello, realizaremos una breve aproximación a continuación.

Crowdsourcing

La vida social siempre ha incluido de algún modo las tecnologías, puesto que éstas hacen posible y amplían la capacidad de interacción social y de influencia sobre el entorno. Por ello, las tecnologías forman parte de un complejo sistema de relaciones de poder.

Así lo interpreta la Teoría Crítica de la Tecnología, desde la cual se entiende que el nivel de desarrollo tecnológico de una sociedad no es tan solo el conjunto de dispositivos, técnicas y logística, sino que moldea de algún modo la vida social y tiene cierta influencia en las relaciones de poder mencionadas antes y su consecuencia, las luchas políticas, disminuyendo el nivel de libertad en la toma de decisiones que éstas conllevan (Feenberg, 1991). Por ello, el ámbito tecnológico no es un escenario neutral, sino que representa una arena más de lucha ideológica y de poder por su ambivalencia en el desarrollo potencial del mismo.

Con un desarrollo tecnológico antes inimaginable se presenta actualmente el fenómeno del crowdsourcing, término acuñado por Jeff Howe (2006) como fusión de crowd (multitud) y outsourcing (externalización). Dicho concepto aparece mucho más tarde que su manifestación práctica, pues Wikipedia, ejemplo paradigmático de crowdsourcing, es creada a principios de 2001. Pero ni siquiera es Wikipedia la primera muestra de crowdsourcing, la colaboración masiva, externalizada y abierta es anterior a todo eso, no obstante, lo que sí es significativamente nuevo es la utilización de internet y la revolución que ha conllevado.

El crowdsourcing no se puede comprender sin antes contextualizarlo en lo que llamaremos capitalismo informacional, una etapa de dicho sistema económico en la que la lógica de la acumulación industrial pierde peso en favor de las nuevas tecnologías de la información, la esencia de la productividad abandona la transformación de la materia y la búsqueda de nuevas energías y apunta hacia la creación de flujos de información y conocimientos. Las cadenas productivas empiezan a reorientarse hacia los procesos productivos informacionales, constituidos por información digital que es creada, transformada y puesta en circulación a través de las tecnologías digitales y reguladas mediante la propiedad intelectual (Zukerfeld, 2010).

Este cambio, a la par que la globalización, transforma por completo la división del trabajo, se crea una nueva hegemonía dentro de la cadena de valor productivo.

Pues bien, crowdsourcing no es contratación externa, ya que el equipo de personas que van a desarrollar la tarea no está definido y localizado previamente; tampoco es producción de código abierto donde la tarea nace y muere por parte de los miembros de un propio equipo; no utilizan software libre (Vidal, 2000); y plantean cierta jerarquía (los desarrolladores son los que guían el proyecto filtrando las aportaciones).

En suma, entendemos el crowdsourcing como:

“Una actividad participativa en línea en la que un individuo, una institución, una organización sin fines de lucro, o una compañía propone a un grupo de individuos de conocimientos, la heterogeneidad y número variables, a través de una convocatoria abierta y flexible, el desarrollo voluntario de una tarea. La realización de la tarea, de complejidad y modularidad variable, y en la que la multitud debe participar aportando su trabajo, su dinero, su conocimiento y / o su experiencia, siempre conlleva un beneficio mutuo. El usuario recibirá la satisfacción de un determinado tipo de necesidad, ya sea una retribución económica, reconocimiento social, autoestima o el desarrollo de las capacidades individuales, mientras que el crowdsourcer obtendrá y utilizará en su beneficio lo que el usuario ha aportado al proyecto, cuya forma dependerá del tipo de actividad que se realice” (Estellés Arolas y González Ladrón de Guevara, 2012: 9-10).

Consumer work

Del mismo modo, el fenómeno del consumer work se enmarca en esta nueva etapa del capitalismo donde las esferas de la producción y el consumo, bien diferenciadas en la fase industrial, se acaban confundiendo (Kleemann, Voß y Rieder, 2008: 6). El consumo de masas, la producción de bienes que los propios trabajadores pudieran comprar, fue revolucionario pero a día de hoy el capitalismo ha dado una vuelta más de tuerca; ya no solo son los trabajadores los que pasan a ser consumidores, sino que también los consumidores (sean o no trabajadores) pasarán a formar parte del proceso productivo de forma que la explotación y el robo de plusvalía sea mayor. Ejemplo de ello son los ya naturalizados supermercados, empresas como IKEA o las omnipresentes cadenas de comida rápida donde una parte importante del servicio es llevado a cabo por el propio cliente. Además, al igual que el crowdsourcing, con internet se ha multiplicado casi exponencialmente la lógica del consumer work, egovernment, e-commerce, e-banking, etc., son nuevas formas de incluir al consumidor en la producción del servicio con apariencia de comodidad o flexibilidad.

Vistos y contextualizados ambos elementos, podemos pasar a comentar las consecuencias que derivan de los mismos.

Las empresas experimentan una reducción de los costes, lo cual les reporta una mayor ganancia, gracias a la menor complejidad en la venta por la introducción de portales web desde donde el propio consumidor se atiende y cobra con acciones muy definidas, sin matices (Grün & Brunner; 2002). También una mayor productividad mediante un uso más eficiente de los recursos, ya que pueden expandirse geográficamente y aumentar las horas de servicio, lo cual implica un mayor volumen de ventas y por ende un menor que reporte a su vez más ventas (Grün & Brunner; 2002). Y un enriquecimiento en la información e ideas, ya que se sirven del conocimiento que el consumidor les ofrece (Grün & Brunner; 2002). Además, Reichwald y Piller (2006: 149-154) apuntan la reducción de la cantidad de tiempo que hay que invertir para desarrollar nuevos productos, la reducción de costes de innovación, el aumento de aceptación en el mercado y disposición a comprar nuevos productos y el aumento de la percepción subjetiva por parte de los consumidores de la novedad real de un nuevo producto.

Estas son las consecuencias en cuanto a producción y beneficio que podrían formar la primera de las consecuencias de Kleemann, Voß y Rieder (2008: 23-24), tras la que siguen:

La influencia en el diseño del producto; se presupone un cierto poder sobre los productos o marcas por parte del conjunto de consumidores y especialmente aquellas personas –influencers, bloggers, etc.– que “se dedican profesionalmente” a publicitar productos. La menor calidad del producto; para ser cliente o consumidor no debes estar formado, sin embargo, son tus ideas y tus sensaciones las que van a contar para el diseño final y éstas pueden no ser las mejores. Y por último, una mejora de las condiciones de trabajo; la flexibilidad que caracteriza el trabajo en crowdsourcing es radicalmente distinta a los tempos de la antigua lógica industrial y eso puede ser visto como una mejora.

A modo de conclusión, parece necesario resaltar el desequilibrio en el reparto de externalidades. Las empresas se ven afectadas en su práctica mayoría por consecuencias positivas mientras que las reservadas a los clientes son limitadas y mayormente negativas.

Es por ello, haciendo un repaso de todo lo comentado, que entendemos los fenómenos del crowdsourcing o el consumer work como los nuevos mecanismos de explotación moderna, cada vez menos explícitos y punitivos en favor de la persuasión y la interiorización de la lógica de explotación para un mayor consentimiento y disposición.

24 de abril de 2018

Crisis fiscal del Estado James O'Connor



Tal y como comentábamos en Creación y desmantelamiento del Estado del Bienestar, algunos bienes o servicios, por sus características, pueden producirse a menor coste si son producidos por una sola empresa  que por varias en competencia, es a lo que llamamos monopolio natural. Normalmente estos monopolios naturales tienen mucho que ver con la inversión en la infraestructura necesaria para ofrecer el servicio, esto es, el agua, por ejemplo, si hubiese más de una empresa oferente deberían poseer un sistema de tuberías distinto, lo cual elevaría el coste y, por ende, el precio de venta. Pero no solo el servicio de aguas se presenta como monopolio natural, también lo son los ferrocarriles, los aeropuertos, el gas, la electricidad, la telefonía, el alcantarillado o las carreteras, entre otros.

Es especialmente en este tipo de servicios en los que el Estado con labor social realiza una gran inversión para construir las infraestructuras necesarias (sistema de cañerías, alcantarillado, vías de ferrocarriles, etc.) y a menudo, como es lógico, crea su propia empresa (pública) para proveer el servicio mediante éstas. Sin embargo, es más habitual encontrar empresas privadas que públicas gestionando estos sectores, por lo tanto un pequeño grupo de personas se enriquecen a costa de lo pagado por el conjunto del Estado; el cómo y el por qué nos lo cuenta James O'Connor.



El estadounidense realiza en Crisis fiscal del Estado un análisis del modo de producción capitalista (la que vivimos) y la crisis económicofiscal (por desgracia, también) que dicho modo conlleva. O'Connor no es marxista ortodoxo, sin embargo, emplea el término acumulación de capital, propio de esta corriente de pensamiento, combinado con el concepto de legitimación de Max Weber.

A grosso modo, O'Connor sostiene que el sector privado crece principalmente a costa del sector público. En caso de ser esto cierto, todo el argumentario liberal y neoliberal sería poco menos que un intento por vender humo. Trataremos de evidenciar el planteamiento del autor con 2 casos paradigmáticos en España, pero que podrían extrapolarse a cualquier Estado con un mínimo de vocación por los servicios públicos.

Telefónica

Telefónica es una multinacional dedicada a la telefonía creada en 1924 bajo el nombre de Compañía Telefónica Nacional de España (CTNE) en la dictadura de Primo de Rivera como filial de ITT, la empresa estadounidense.

En 1945 fue nacionalizada por el régimen franquista como sector estratégico de telecomunicaciones y un par de décadas más tarde, con la apertura al capital estadounidense y las remesas monetarias recibidas de los exiliados antifascistas, la compañía emitió millones de acciones adquiridas por pequeños accionistas españoles.

La entrada de capital (interior y exterior), las nuevas tecnologías y el régimen monopolístico permitieron el salto de Telefónica hacia el mercado exterior (principalmente Latinoamérica) convirtiéndose en una multinacional. Es entonces cuando comienza el proceso de privatización, España malvende las “joyas de la corona” (Seat, Enasa, Marsans, Endesa, Repsol, o Argentaria), empresas solventes que reportaban beneficios, con el pretexto de reducir el déficit público (notablemente menor que el actual).

Con la privatización llega la precarización laboral y las corruptelas en forma de puertas giratorias y demás estratagemas. La plantilla de Telefónica se redujo en un 75% desempleando 60.000 personas mientras los beneficios anuales no hacían otra cosa que aumentar.

Algunos de los accionistas más importantes de la empresa, y por lo tanto, beneficiarios de dicho proceso son el BBVA, la Caixa y el Banco Santander.

Bankia

Como apuntábamos, la excusa en el momento de privatizar empresas públicas fue la necesidad de reducir el déficit público, sin embargo, no se molestaron en disimular cuando dedicaron muchísimo más dinero en salvar a la banca y aumentar ese déficit. 

Bankia, el caso más sonado de un proceso que afectó a muchas otras entidades, se embolsó cerca de 24.000 millones de euros de los fondos públicos. Y eso sin mencionar los 200.000 millones (un 20% del PIB) que se dedicó en ayudas públicas al conjunto del sistema criminal financiero español. 

No obstante, los responsables del hundimiento de la banca salieron bien parados con una indemnización millonaria bajo el brazo; no es un saqueo, “eso es el mercado, amigo”, que decía Rato. 

Puede parecer una tomadura de pelo demasiado evidente como para llevarla a cabo, pero hemos acabado por interiorizar tanto algunas ideas injustas que suele pasar por algo normal. ¿No habéis dado nunca dinero a alguien que pide en la calle, dado propina o participado en una recogida de alimentos (casualmente organizada con la colaboración de un supermercado que se llena los bolsillos con ello)? Pues pensad en quién es el culpable de la situación y quién se sacrifica para solucionarla; Merlí lo dice bastante claro:

 

20 de febrero de 2018

Pregúntale a Marx: ¿Menos café y más plan de pensiones?


Tiempo estimado de lectura: 3 minutos

Hace apenas unos días, los genios y analistas políticos (véase el tono irónico) que Antena3 tiene a bien alimentar con un sueldo 4 veces mayor del que un servidor podrá disfrutar nunca, debatían sobre la mísera subida de las pensiones, de un 0,25%. 

Sería lógico pensar que dichos pseudoexpertos criticarían fuertemente ese paupérrimo aumento al compararlo con el del Índice de Precios al Consumidor (IPC), ya sea por sentido común o porque resulta facilísimo e incluso popular criticar una medida del gobierno del PP. Nada más lejos de la realidad, en Antena3, haciéndole la segunda a El País en su cruzada por vendernos la pobreza como algo cool y moderno, parieron un tuit a modo de titular que resumía lo expuesto por una colaboradora del programa.


Una vez más, los palmeros de la derecha más nauseabunda desvían la discusión, obviamos el debate "La subida de las pensiones es una miseria" para emplazarnos en el encuadre "¿Qué podemos hacer para ahorrar el dinero suficiente como para vivir de un plan de pensiones privado?".

Éste es un hecho lamentable en más de un sentido, por un lado distraen la atención de lo verdaderamente importante, la injusticia que da pie a la supuesta temática del programa, LA INSOSTENIBILIDAD DE LAS PENSIONES PÚBLICAS; por otro lado, culpan al ciudadano de su pobreza o de dicha insostenibilidad, puesto que está gastando 28.000€ por puro placer, menudo manirroto; y a modo de guinda, hacen una suerte de propaganda de los planes de pensiones privados, es decir, si quitándote del café te ahorras 28.000€ y ese dinero lo inviertes en plan de pensiones, podrás jubilarte a base de cafés. 

Al ver como blanquean descaradamente la imagen del partido en el gobierno y su actuación casi delictiva desplazando la culpa a las víctimas de dicha injusticia empleando el ahorro como excusa, recordé la siguiente anécdota de Marx; es bien sabido que al bueno de Karl le perdía la adicción por el tabaco, dada su situación económica siempre fumaba una de las peores marcas por su precio. No obstante, un día descubrió una marca mucho más barata en la que calculó que se ahorraba X cantidad de dinero por cajetilla, así que mayor sería el ahorro cuanto mayor fuera el consumo. Y su afán ahorrador le llevó a fumar tal cantidad de cigarros que el médico tuvo que exigirle que dejara de enriquecerse de esa forma si quería seguir viviendo (sería un médico leninista antes que Lenin).

6 de febrero de 2018

Creación y desmantelamiento del Estado del Bienestar


Tiempo estimado de lectura: 5 minutos

Tras el fin de la II Guerra Mundial en 1945, un conjunto de medidas keynesianas (correspondientes con lo que sería el welfare state o estado del bienestar) se abren paso con fuerza ante el, hasta el momento imperante, warfare state, el estado de guerra. Apoyados principalmente en el documental El espíritu del 45 de Ken Loach analizaremos la evolución que sufre la administración pública británica como reflejo de la situación europea en su etapa más amplia en derechos sociales y cómo esta ha sido desmantelada a posteriori con la llegada del neoliberalismo.



El Reino Unido hasta 1979

Creación del Estado del Bienestar

Una vez llegado el fin de la Segunda Guerra Mundial, Europa vivió un renacer consciente de los horrores que ésta había causado. Fue un momento clave, la sociedad británica había pasado unos terribles años de miseria, lo cual despertaba en ella una irremediable voluntad de evitar que alguien pudiera pasar por lo mismo en un futuro, el haber estado en la posición menos privilegiada del “contrato social” provocaba una fuerte solidaridad, incluso entre los que más tarde lograron mejorar su situación. Además, la URSS y su socialismo real parecían una alternativa más que viable al sistema del momento, actuaba así como polo de atracción para el resto de gobiernos europeos.

Éstos y otros motivos dieron pie a la victoria del Partido Laborista de Clement Attlee en las elecciones de 1945, sin duda, un punto de inflexión para la política social del Reino Unido. Los laboristas sentaron las bases del estado del bienestar británico en un periodo de 6 años, nacionalizaron el carbón (1947), los ferrocarriles (1948), la electricidad (1949), el gas (1949), impulsaron un plan de vivienda (1949) y crearon el National Health Service (Servicio Nacional de Salud).


Tras años de conflicto, la industria estaba dedicada al armamento y era necesario reimpulsar la economía. De nuevo se dieron las circunstancias necesarias, en este caso para construir el estado del bienestar.

Europa continental y su industria estaba derruida por lo que el Reino Unido pudo beneficiarse de su condición insular y el menor daño que eso conllevó para el país; había demanda de bienes manufacturados y los británicos resultaron ser unos firmes candidatos para solventarlo.

Con el objetivo de ocupar ese nicho de mercado, el gobierno laborista realizó una gran inversión en todos los campos antes comentados puesto que éstos son mayoritariamente monopolios naturales, es decir, bienes o servicios que resultan más conveniente que sean producidos por una sola empresa que por dos o más, puesto que el coste de la inversión inicial es enorme pero el coste relativo va disminuyendo con el tiempo. Hasta el momento, se vivían situaciones totalmente absurdas como el uso de distintas vías de ferrocarriles (según la compañía) o el alquiler de éstas y vagones por parte de unas empresas a otras.

Con la nacionalización se ganó en eficiencia, se mejoraron las condiciones laborales de los trabajadores (mucho mejor protegidos por el Estado que por el interés de la empresa privada, conseguir un máximo beneficio a costa de su trabajo) y se redujo el precio del servicio. Y como con los ferrocarriles, esto ocurría con el resto de sectores. Lo que los laboristas trataban de implementar era un sistema que acabara con la exclusión de un gran porcentaje de la población en los servicios básicos como pudieran ser la educación o la sanidad. El sector privado no es el adecuado para proveer y regular dichos servicios si lo que se pretende es una cobertura universal de los mismos.

Objetivos del Estado del Bienestar

El pleno empleo, mediante la intervención del Estado, la contratación del sector público y la expansión de la demanda; la creación e inclusión de una fuerte clase media, proviniendo de forma universal de servicios básicos para sacar de la miseria a distintas capas de la población y así elevar el mínimo nivel de vida; y la consecución de la independencia del individuo, hasta el momento estrechamente atado a la familia, que era la encargada de combatir los fallos de mercado, eran algunas de las metas a realizar.

El esquema era simple, una mayor concentración de los recursos en menos manos implicaba una mayor desigualdad y dicha desigualdad es el enemigo a batir para una nación solidaria y comprometida.

Sin embargo, la cruda realidad es que un amplio desarrollo del estado del bienestar solo es posible en contexto de crecimiento económico puesto que el coste del susodicho es enorme. En épocas de crisis económica ese sentimiento de solidaridad puede ponerse en tela de juicio argumentando un excesivo coste del sistema social, la población tiende a envejecer y los que en su día fueron claramente beneficiarios de su redistribución ahora son quienes lo mantienen, cambiando con esto sus preferencias.

El Reino Unido a partir de 1979

Llegada del Neoliberalismo

A principios de la década de los setenta vemos como se empieza a gestar un cambio de la ideología hegemónica alimentado por intelectuales como Milton Friedman y la Escuela de Chicago. Un ideario liberal en pro del libre mercado, el individualismo y el mito del self-made man, era el que defendían esta nueva oleada de pensadores. Además, la industria europea continental ya se había recuperado y había una notable crisis de sobreproducción.

Cuando dicho ideario llegó, de facto, al Reino Unido lo hizo de la mano de Margaret Thatcher. La candidata del Partido Conservador obtuvo mayoría en las elecciones generales de 1979 y con ello puso en práctica lo que acabaría por conocerse como thatcherismo, un conjunto de medidas y políticas que revertían por completo lo construido por el partido laborista hasta el momento. Para Margaret Thatcher el estado del bienestar británico había precipitado al país hacia un declive económico y social del que había que salvar cuanto antes.

Para realizar tal “hazaña”, la entonces ya primera ministra del Reino Unido, emprendió un polémico camino hacia la liberalización del mercado y la mínima interferencia del Estado en él. La privatización de las empresas públicas fue uno de sus hitos, el gas, el agua, el acero, etc., en menos de diez años la propiedad de todas estas empresas cambiaron a manos privadas.

Si se trataba de reducir el desempleo, encontramos el ejemplo de las minas de carbón, con la privatización los salarios disminuyeron, el despido se abarató y el empresario tenía plenos poderes para mangonear a miles de trabajadores. Por supuesto, el debilitamiento de los sindicatos, uno de los objetivos principales de Thatcher, tuvo mucho que ver al respecto.

La destrucción de los lazos de solidaridad y asociación fueron decisivos en la lucha de los trabajadores británicos por sus derechos y puestos de trabajo. Tal y como se expone en El espíritu del 45, las minas de carbón del Reino Unido pasaron de ser 184 en 1983 a tan solo 14 poco más de once años después. Los resultados de dicho fenómeno son evidentes, un aumento del desempleo en esas ciudades que además no fueron compensadas con nueva industria por lo que los antiguos trabajadores del carbón se vieron desvalidos ante la nueva y desesperante situación. El desempleo aumentó pero el beneficio de los propietarios de las empresas carboneras no decayó.

El National Health Service (Servicio Nacional de Salud) fue blanco también del thatcherismo. Si bien es cierto que no ocurrió tal y como con los sectores de telecomunicaciones, agua o gas, se empezó a introducir la lógica neoliberal en ámbitos como la contratación de empresas privadas para el housekeeping de los centro sanitarios. La realidad es que el ahorro generado por la contratación del presupuesto más barato para el mantenimiento acabó por contrarrestarse con los gastos que conllevaban la atención y cuidado de los pacientes que enfermaban por el pésimo trabajo realizado en salas de quirófano y demás.

Estos dos ejemplos son tan solo una pequeña muestra de la realidad neoliberal que Margaret Thatcher conllevó para el estado del bienestar británico. Para su gobierno, el Estado debe olvidarse de ser el benefactor de los trabajadores frente al libre mercado ya que esto impide al mercado autorregularse correctamente, por ello se busca desmantelar el estado del bienestar como se le conoce limitándolo a un sistema de transferencias universales austeras, ayudas con comprobación de rentas (en ningún caso universales) y subsidios con respecto al mercado. Resulta difícil de explicar este comportamiento si no se tiene en cuenta la idea ultraindividualista neoliberal, que en sus últimos términos da pie a afirmaciones como que el hombre pobre lo es por falta de voluntad de trabajar y esforzarse, por lo que ayudar a estas personas no hace otra cosa que alimentar su dependencia y holgazanería.

19 de enero de 2018

5 propuestas para redireccionar al precariado

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La trabajadora (entiéndase como el genérico de persona que trabaja) actual vive en un mundo globalizado donde, siendo una asalariada víctima de la precariedad laboral, tan solo podrá sentirse parte de un proceso económico, sin una identidad cultural a la que aferrarse, mitad universalista (ciudadana del mundo, cosmopolita, etc.) y mitad tribal (por la búsqueda de identificación con un grupo en realidades totalmente inmediatas y fugaces). Sometida al antojo de las fuerzas económicas que ya no dependen ni de ella ni del estado que la incluye, por lo tanto, tampoco de los políticos que cree elegir.

Debe batirse en duelo entre la laxitud y el relativismo de valores en constante cambio que plantea la posmodernidad por un lado, y los inexorables e indiscutibles marcos económicos que la asfixian. Siente la frustración de no sentirse realizada con el trabajo que desempeña a pesar de fingirlo por necesidad ante el falso divertimento del que la empresa ha revestido la barbarie y las exigencias de las redes sociales. Busca reconocimiento tanto económico como social en el cargo que ocupa, sin embargo es consciente del menosprecio y la servidumbre a la que ha acabado sometida. Falta de referentes (sanos) en los que mirarse, es arrollada por la atomización del individuo que junto con la ausencia de referencias mencionada incentiva la apropiación del relato difundido en los medios de comunicación de masas.

Para que el contexto descrito no derive en nihilismo y las trabajadoras sintamos que, al contrario de los postulados marxistas, la fase del capitalismo actual, a saber, la globalización, es la última etapa de la historia de la humanidad, debemos reinventar la vida del proletariado. Para ello debemos volver a empoderar al llamado precariado por Guy Standing (no aceptado aún por la RAE) para que logre recuperar el control sobre su vida y siéntase partícipe de la política. Por supuesto, en abstracto es fácil de escribir, por lo que he tratado de sintetizar en 5 directrices las reinterpretaciones fundamentales para que lo mencionado anteriormente pueda darse:

1. Reinterpretar la educación

Es prioritario realizar un giro sustancial en la visión que tenemos sobre la educación, especialmente universitaria, como comentaremos a continuación. El conocimiento ha dejado de ser un fin en si mismo para transformarse en una suerte de trampolín social que permita el ascenso. Lo que debemos buscar en la educación es la dignidad y el enriquecimiento personal porque es lo que con total seguridad puede aportarnos; puesto que la instrumentalización del saber acabará por matarlo (cualquiera que haya pasado por la universidad lo sabe).

Tras la dictadura, era habitual encontrar en las madres (entiéndase como el genérico de persona que tiene descendencia directa) la preocupación de ofrecer una educación superior  (de la que ellas no habían podido disfrutar) a sus hijas, muchas millennials se han convertido en las primeras personas en obtener un título universitario de su familia más cercana. Esto no podría haberse dado sin el incentivo institucional; desde la Administración más progresista se trató de cristalizar el ideal democrático en forma de igualdad educativa, ya que la igualdad económica (de oportunidades, es decir, equidad) escapa a la voluntad y capacidad de la democracia burguesa. Lo que pretendía ser una oportunidad para quien la quisiese, se materializó en a consciencia colectiva como una necesidad dando lugar a la masificación de las facultades restándoles calidad. 

Por su fuera poco, ni siquiera alcanzaron la universalización educativa (el nivel socioeconómico sigue siendo determinante), optaron por masificar el grado universitario hasta desvirtuarlo para crear la necesidad de postgrado, encareciendo estos últimos a la par.

En suma, la educación universitaria crea un espejismo de ascenso social que desaparece al toparse con 2 hechos frustrantes a los que los jóvenes tenemos que enfrentarnos, estudiar lo que no se quiere (cabe una crítica razonable al sistema de selectividad) y trabajar en lo que no se ha estudiado, sin obtener los réditos esperados. 
"La desproporción entre el nivel de las aspiraciones y la gratificación produce ansiedad y frustraciones en masa (Mannheim, 1953: 321)
Lamentablemente la introducción de un cambio sustancial del tipo descrito supondría un precio político inasumible por los partidos mayoritarios y de aspiraciones catch-all en España, por tanto, la solución no puede surgir de ellos, pero debemos plantearnos si deseamos, como apunta Sauvy, pastores graduados o graduados que sean pastores.

2. Redescubrir la información

La lucha gramsciana por la hegemonía, pasa indudablemente por la lucha contra los medios de comunicación de masas predominantes. Estos medios, acertadamente llamados de desinformación, promueven valores deleznables como el machismo, uno de los más evidentes quizá de entre una larga lista, o en el "mejor" de los casos reproducen una suerte de valores deseables deformándolos de tal forma que puedan adaptarse al sistema despiadado capitalista, es decir, volviéndolos casi irreconocibles; véase el feminismo como contraposición al machismo mencionado, un feminismo machista o pseudofeminismo (feminismo liberal).

Por otra parte, Barraycoa y Putnam sugieren una vuelta a la lectura en contra de lo audiovisual, pues  mantienen que aporta valores más deseables, cuanto menos, como un paso previo. La lectura supone la contención de la acción, la inversión a medio y largo plazo, lo que en economía sería el ahorro, promueve valores diametralmente opuestos a la posmodernidad, mientras que lo audiovisual implica inmediatez, consumo ipsofacto, si te gusta lo compras; y al igual que en la economía, los bienes más inmediatos suelen ser los que menos satisfacción nos reportan.

3. Repensar el ocio

La trabajadora actual no debe ni puede asumir los códigos de divertimento empresarial (un claro intento de lavado de cara que distraiga de la explotación que allí ocurre) como el ocio suficiente o necesario. Este divertimento no supone ni la cantidad ni la calidad del ocio óptimo para un individuo, puesto que el negocio es la NEGación del OCIO y no es posible su convivencia; en cambio, se deben alimentar la relaciones sociales al más puro estilo del Ágora que a tantos filósofos vio crecer, espacios de reflexión y debate que enriquezcan al conjunto. 

Hoy en día nadie quiere hablar de filosofía o política (en cualquier caso, tan solo de la menor de las políticas, la institucional). La absoluta mayoría de personas pueden enmarcarse en uno de los dos tipos de actitudes siguientes: la de pensamiento cero, "yo no tengo ideología u opinión sobre X tema / soy librepensador", es decir, que tienes la ideología u opinión hegemónica porque “el sentido común dominante es el sentido común de las clases dominantes"; o la de la posmodernidad, "yo pienso así (posverdad) y ni te atrevas a ponerlo en duda o discusión porque supone un ataque a mi libertad individual y derecho de opinión".

4. Volver a la pertenencia a un grupo

El Marxismo dota al trabajador de una visión global del mundo y la realidad que le rodea además del sentimiento de pertenencia a un grupo que marcha en favor del ritmo de la historia, en su misma dirección (a pesar de sentir cierta contracorriente coyuntural). 

Cuando esto se pierde con la caída de la URSS (la alternativa real al capitalismo) y la globalización junto a la posmodernidad acaban por destruir todo lo colectivo (la clase, los sindicatos, los partidos, las asociaciones, etc.) atomizando al individuo, el susodicho precariado (próximamente aceptado por la RAE) queda huérfano frente a dos caminos principalmente, dejarse llevar por la corriente, esto es la ideología hegemónica, claramente de corte neoliberal; o acogerse a una lucha, en cierto modo familiar, que pueda ganar, como la xenófoba de la nueva derecha radical.

5. Reconquistar el salario

Actualmente por el trabajo realizado se percibe un sueldo (originalmente, el dinero que cobra un soldado o mercenario), sin embargo, debemos recuperar el honorario (el dinero percibido por el honor y la dignidad del desempeño). 

No es nada nuevo para un marxista pero, el sueldo supone la cantidad justa y necesaria para que el proletariado logre sobrevivir y seguir siendo explotado, mientras que el honorario sería la cantidad correspondiente al valor del trabajo ejercido (sueldo + plusvalía).

3 de enero de 2018

La cultura del esfuerzo

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Podemos identificar, sin demasiada dificultad, una serie de mantras relacionados con el esfuerzo que se reproducen de forma recurrente con el fin de lograr un espacio privilegiado en el imaginario colectivo: si te esfuerzas puedes conseguir todo lo que te propongas, sigue tus sueños, hazte a ti mismo, el éxito no depende de la suerte, el trabajo os hará libres, etc. No es casualidad que sea esa la visión hegemónica, dichos eslóganes son productos ideológicos con los que nos bombardean sin descanso, sea de forma explícita o implícita como es el caso del cine (véanse Rocky o Whiplash). Por lo tanto, se hace evidente la necesidad de analizar qué hay detrás de dicho concepto y a qué intereses obedece.

Max Weber trataba el esfuerzo desde la perspectiva del trabajo en La ética protestante y el espíritu del capitalismo apuntando a la distinta interpretación que han hecho católicos y protestantes del trabajo como causa del mayor desarrollo económico por parte de los estados marcados por la escisión cristiana. 

De Weber se extrae el individualismo y el afán por la acumulación de riqueza como pilares fundamentales sobre los que se erige una ética beneficiosa para el sistema capitalista. El ser humano, según dicha moral religiosa, debe dedicar su vida a descubrir el designio divino sin ayuda alguna, en la más absoluta soledad; Dios ayuda al que se ayuda a si mismo. El resultado del conjunto de directrices protestantes es una persona austera que basa su vida en el trabajo, puesto que el éxito económico se vislumbra como gracia divina, con el fin de acumular capital, no para el disfrute personal sino para acercarse a la salvación.
"La riqueza es reprobable solo cuando incita a la pereza corrompida y al goce sensual de la vida; el deseo de enriquecerse solo es malo cuando tiene por fin asegurarse una vida despreocupada y cómoda [...], pero como ejercicio del deber profesional, no solo es éticamente lícito, sino constituye un precepto obligatorio". (Weber, 1905)
Más tarde, el liberalismo y su reformulación posterior recuperarían parte de esa visión con la apología del self-made man, el hombre que empezó de cero y se hecho (rico) a si mismo sin ayuda de nadie, sin suerte, sin herencia, tan solo con el sudor de su frente, y por consiguiente el éxito como producto del esfuerzo.

Por supuesto, el marxismo, probablemente una de las ideologías con mayor grado de antagonismo con respecto al liberalismo y al individualismo metodológico de Weber, no reniega del esfuerzo, éste no es visto como algo negativo como el cuñadismo ilustrado cree. El esfuerzo es necesario, el trabajo dignifica, sin embargo, con esfuerzo, constancia y dedicación plenas no siempre se obtiene lo propuesto, el liberalismo descuida (voluntariamente) un sinfín de factores en los que la influencia individual no tiene papel alguno, la carga ideológica de la propaganda neoliberal me iguala a mí, hijo de trabajadores que se vieron forzados a emigrar para poder ganarse la vida, con Ana Patricia Botín , hija de un banquero multimillonario que heredó su fortuna en forma de banco creado gracias a un favor de la Reina Isabel II en 1857 y que creció por la afición de Alfonso XII en veranear en Santander. La lógica liberal apela a un individualismo poco más que una suerte de valor irracional tremendamente extendido y asumido en la clase oprimida mientras brilla por su ausencia entre los opresores, que casualmente son los promotores de dicho mensaje.

Raro es el día que los medios de desinformación no procuren dedicar generosamente parte de su espacio en alabar las proezas heroicas de millonarios como Amancio Ortega, Emilio Botín, Juan Roig, Steve Jobs o Bill Gates. Se les representa como mentes privilegiadas, semidioses que unieron una idea innovadora con una gran cultura del esfuerzo, que hicieron arduos sacrificios para conseguir su objetivo y, aun no siendo un camino fácil, lograron sus metas a base de constancia. Eso los sitúa en el Hall of Fame del capitalismo pero no es suficiente, para que sean realmente útiles es necesario que las "personas normales" podamos vernos reflejados en ellos y así seguir su ejemplo, así que hacen especial hincapié en su campechanía, al igual que el rey se muestra cercano comiendo de menú -algo que las personas mundanas hacemos porque nuestra economía es la que elige, mientras que él amasa una fortuna de procedencia, cuanto menos, inmoral-, el magnate y máximo accionista de Inditex se emociona ante un flashmob realizado por sus (esclavos) asalariados el día de su 80 cumpleaños y el presidente de Mercadona cobra apariencia de trabajador siendo galardonado con una Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo por el gobierno. Éste último no duda en participar activamente en la legitimación de la falacia en cuestión:
"He ido aprendiendo a través de la vida que el éxito depende de varios factores, si te esfuerzas, estudias mucho, pones mucha mucha pasión y trabajo y te rodeas de una gran familia, lo consigues. [...] Este galardón sirve para ratificar mi compromiso y seguir demostrando con hechos que el trabajo y el esfuerzo sirven para conseguir riqueza, empleo y bienestar."
Nada más lejos de la realidad, está estadísticamente probado que el factor que más predispone a un individuo a ser pobre no es ser un vago, tampoco tiene apenas relación con el número de horas que se trabaje, el factor más influyente en la vida de una persona económicamente no es otro que haber nacido pobre. Por tanto, el cuento de la movilidad social es exactamente eso, un cuento; así lo demuestra Fabrizio Benardi (2007) en su estudio de la Movilidad Social y Dinámicas Familiares, donde concluye lo siguiente:
"El análisis para los años más recientes (1977 y 2004) ha puesto de manifiesto que las oportunidades ocupacionales de los jóvenes con respecto a la cohorte a la que pertenecen sus padres han empeorado."
La interiorización de este falso mantra conlleva, entonces, a transformarse en personas irracionalmente trabajadoras, sumisas, acríticas y fácilmente explotables que, por una creencia casi religiosa en sus referentes, acaban por culparse a si mismos por no ser capaces que cumplir con unas expectativas falsas e impuestas de forma vehemente. Se acaba por vivir para trabajar (lo que todo explotador desea que hagan los explotados) en lugar de entender el trabajo como un medio para vivir; eso les aleja de cuestionar el sistema y suponer un problema para el injusto y cruel funcionamiento del mismo.

La división de la clase trabajadora provocada por el individualismo es altamente beneficiosa para los capitalistas, mientras en números absolutos les sería imposible imponer las reglas de juego, se toman al pie de la letra eso de divide y vencerás y, siendo ellos un conjunto homogéneo y coordinado, pretenden medir fuerzas a nivel individual, trabajador a trabajador (el mercado laboral es prueba de ello).

Y finalmente, a modo de síntesis, podemos extraer las dos principales ideas fuerza que enmarcan la cultura del esfuerzo a día de hoy. Por un lado, como hemos dicho, el individualismo como estrategia óptima para el desarrollo personal en cualquier ámbito de la vida y especialmente en lo económico; y por otro lado, la relación de causalidad que se establece entre el esfuerzo y el éxito, se sostiene que mucho esfuerzo conduce inequívocamente al éxito, lo cual lleva a tildar a la persona exitosa (en el sistema capitalista el éxito se mide en capital) de héroe e, inexorablemente, al no-rico de vago, ignorando por completo la desigualdad de oportunidades aun siendo ésta fundamental para dicho análisis.