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Tras el fin de la II Guerra Mundial en 1945, un conjunto de medidas keynesianas (correspondientes con lo que sería el welfare state o estado del bienestar) se abren paso con fuerza ante el, hasta el momento imperante, warfare state, el estado de guerra. Apoyados principalmente en el documental El espíritu del 45 de Ken Loach analizaremos la evolución que sufre la administración pública británica como reflejo de la situación europea en su etapa más amplia en derechos sociales y cómo esta ha sido desmantelada a posteriori con la llegada del neoliberalismo.
El Reino Unido hasta 1979
Creación del Estado del Bienestar
Una vez llegado el fin de la Segunda Guerra Mundial, Europa vivió un renacer consciente de los horrores que ésta había causado. Fue un momento clave, la sociedad británica había pasado unos terribles años de miseria, lo cual despertaba en ella una irremediable voluntad de evitar que alguien pudiera pasar por lo mismo en un futuro, el haber estado en la posición menos privilegiada del “contrato social” provocaba una fuerte solidaridad, incluso entre los que más tarde lograron mejorar su situación. Además, la URSS y su socialismo real parecían una alternativa más que viable al sistema del momento, actuaba así como polo de atracción para el resto de gobiernos europeos.
Éstos y otros motivos dieron pie a la victoria del Partido Laborista de Clement Attlee en las elecciones de 1945, sin duda, un punto de inflexión para la política social del Reino Unido. Los laboristas sentaron las bases del estado del bienestar británico en un periodo de 6 años, nacionalizaron el carbón (1947), los ferrocarriles (1948), la electricidad (1949), el gas (1949), impulsaron un plan de vivienda (1949) y crearon el National Health Service (Servicio Nacional de Salud).
Tras años de conflicto, la industria estaba dedicada al armamento y era necesario reimpulsar la economía. De nuevo se dieron las circunstancias necesarias, en este caso para construir el estado del bienestar.
Europa continental y su industria estaba derruida por lo que el Reino Unido pudo beneficiarse de su condición insular y el menor daño que eso conllevó para el país; había demanda de bienes manufacturados y los británicos resultaron ser unos firmes candidatos para solventarlo.
Con el objetivo de ocupar ese nicho de mercado, el gobierno laborista realizó una gran inversión en todos los campos antes comentados puesto que éstos son mayoritariamente monopolios naturales, es decir, bienes o servicios que resultan más conveniente que sean producidos por una sola empresa que por dos o más, puesto que el coste de la inversión inicial es enorme pero el coste relativo va disminuyendo con el tiempo. Hasta el momento, se vivían situaciones totalmente absurdas como el uso de distintas vías de ferrocarriles (según la compañía) o el alquiler de éstas y vagones por parte de unas empresas a otras.
Con la nacionalización se ganó en eficiencia, se mejoraron las condiciones laborales de los trabajadores (mucho mejor protegidos por el Estado que por el interés de la empresa privada, conseguir un máximo beneficio a costa de su trabajo) y se redujo el precio del servicio. Y como con los ferrocarriles, esto ocurría con el resto de sectores. Lo que los laboristas trataban de implementar era un sistema que acabara con la exclusión de un gran porcentaje de la población en los servicios básicos como pudieran ser la educación o la sanidad. El sector privado no es el adecuado para proveer y regular dichos servicios si lo que se pretende es una cobertura universal de los mismos.
Objetivos del Estado del Bienestar
El pleno empleo, mediante la intervención del Estado, la contratación del sector público y la expansión de la demanda; la creación e inclusión de una fuerte clase media, proviniendo de forma universal de servicios básicos para sacar de la miseria a distintas capas de la población y así elevar el mínimo nivel de vida; y la consecución de la independencia del individuo, hasta el momento estrechamente atado a la familia, que era la encargada de combatir los fallos de mercado, eran algunas de las metas a realizar.
El esquema era simple, una mayor concentración de los recursos en menos manos implicaba una mayor desigualdad y dicha desigualdad es el enemigo a batir para una nación solidaria y comprometida.
Sin embargo, la cruda realidad es que un amplio desarrollo del estado del bienestar solo es posible en contexto de crecimiento económico puesto que el coste del susodicho es enorme. En épocas de crisis económica ese sentimiento de solidaridad puede ponerse en tela de juicio argumentando un excesivo coste del sistema social, la población tiende a envejecer y los que en su día fueron claramente beneficiarios de su redistribución ahora son quienes lo mantienen, cambiando con esto sus preferencias.
El Reino Unido a partir de 1979
Llegada del Neoliberalismo
A principios de la década de los setenta vemos como se empieza a gestar un cambio de la ideología hegemónica alimentado por intelectuales como Milton Friedman y la Escuela de Chicago. Un ideario liberal en pro del libre mercado, el individualismo y el mito del self-made man, era el que defendían esta nueva oleada de pensadores. Además, la industria europea continental ya se había recuperado y había una notable crisis de sobreproducción.
Cuando dicho ideario llegó, de facto, al Reino Unido lo hizo de la mano de Margaret Thatcher. La candidata del Partido Conservador obtuvo mayoría en las elecciones generales de 1979 y con ello puso en práctica lo que acabaría por conocerse como thatcherismo, un conjunto de medidas y políticas que revertían por completo lo construido por el partido laborista hasta el momento. Para Margaret Thatcher el estado del bienestar británico había precipitado al país hacia un declive económico y social del que había que salvar cuanto antes.
Para realizar tal “hazaña”, la entonces ya primera ministra del Reino Unido, emprendió un polémico camino hacia la liberalización del mercado y la mínima interferencia del Estado en él. La privatización de las empresas públicas fue uno de sus hitos, el gas, el agua, el acero, etc., en menos de diez años la propiedad de todas estas empresas cambiaron a manos privadas.
Si se trataba de reducir el desempleo, encontramos el ejemplo de las minas de carbón, con la privatización los salarios disminuyeron, el despido se abarató y el empresario tenía plenos poderes para mangonear a miles de trabajadores. Por supuesto, el debilitamiento de los sindicatos, uno de los objetivos principales de Thatcher, tuvo mucho que ver al respecto.
La destrucción de los lazos de solidaridad y asociación fueron decisivos en la lucha de los trabajadores británicos por sus derechos y puestos de trabajo. Tal y como se expone en El espíritu del 45, las minas de carbón del Reino Unido pasaron de ser 184 en 1983 a tan solo 14 poco más de once años después. Los resultados de dicho fenómeno son evidentes, un aumento del desempleo en esas ciudades que además no fueron compensadas con nueva industria por lo que los antiguos trabajadores del carbón se vieron desvalidos ante la nueva y desesperante situación. El desempleo aumentó pero el beneficio de los propietarios de las empresas carboneras no decayó.
El National Health Service (Servicio Nacional de Salud) fue blanco también del thatcherismo. Si bien es cierto que no ocurrió tal y como con los sectores de telecomunicaciones, agua o gas, se empezó a introducir la lógica neoliberal en ámbitos como la contratación de empresas privadas para el housekeeping de los centro sanitarios. La realidad es que el ahorro generado por la contratación del presupuesto más barato para el mantenimiento acabó por contrarrestarse con los gastos que conllevaban la atención y cuidado de los pacientes que enfermaban por el pésimo trabajo realizado en salas de quirófano y demás.
Estos dos ejemplos son tan solo una pequeña muestra de la realidad neoliberal que Margaret Thatcher conllevó para el estado del bienestar británico. Para su gobierno, el Estado debe olvidarse de ser el benefactor de los trabajadores frente al libre mercado ya que esto impide al mercado autorregularse correctamente, por ello se busca desmantelar el estado del bienestar como se le conoce limitándolo a un sistema de transferencias universales austeras, ayudas con comprobación de rentas (en ningún caso universales) y subsidios con respecto al mercado. Resulta difícil de explicar este comportamiento si no se tiene en cuenta la idea ultraindividualista neoliberal, que en sus últimos términos da pie a afirmaciones como que el hombre pobre lo es por falta de voluntad de trabajar y esforzarse, por lo que ayudar a estas personas no hace otra cosa que alimentar su dependencia y holgazanería.
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