9 de enero de 2018

Política democrática y comunicación: Un rapto consentido



Tiempo estimado de lectura: 5 minutos

Josep Maria Vallès realiza en Política democrática y comunicación: Un rapto consentido un excelso análisis sobre la relación de tensión existente entre las instituciones políticas de las clásicas democracias liberales occidentales y los medios de comunicación (de masas). Para ello, fija el ideal de política democrática como meta última y analiza la realidad actual situándonos en un punto ciertamente lejano al deseado. Siendo críticos deberíamos apuntar, a pesar de no ser de importancia capital, la precaria visión de las tecnologías de la información y comunicación 2.0 aun siendo conscientes del momento en que se escribe el artículo sobre el que trataremos, anterior a 2010.

La sensación que nos transmite Vallès durante el paper no es otra que la propia de un análisis exhaustivo y riguroso acotado en los términos de crítica hegemónicos, una descripción fiel, pero a la par moderada en su terminología y enfoque, del escenario que se nos presenta, que puede dar pie a una reinterpretación en clave realmente subversiva.

Esto es algo que no logré identificar en la primera lectura del trabajo, pero que, sin embargo, se me hizo evidente durante su exposición, lo cual incentivó su relectura. A continuación, trataremos de revisionarla en clave marxista con el objetivo de aumentar su potencial explicativo y descriptivo.

Como bien lee Mathias Reymond (2010: 199), Marx y Engels (1848) denotan que “el gobierno moderno no es sino un comité que administra los asuntos comunes de la clase burguesa entera”. La existencia del Estado se debe a su fin último, el de garantizar la dominación de la clase capitalista, poseedora de los medios de producción, sobre la clase obrera, siendo denominado como superestructura en el argot marxista. Para ello, del Estado se sirve de instituciones autodenominadas democráticas y libres para aumentar y legitimar la situación de injusticia social existente.

Desarrollando esta línea teórica se hace inevitable extender el análisis crítico hacia, lo que se entiende, un organismo ajeno al gobierno, los medios de comunicación dominantes de masas. Éstos, como instrumento intrínsecamente capitalista, colaboran en el refuerzo y mantenimiento del statu quo amparándose bajo la protección de las deformaciones de la libertad de prensa, de expresión y el derecho a la información. No será casual una de las citas que encontramos al pie de página en el artículo directamente relacionada con esta idea:

“La ironía consiste en que una prensa libre, concebida como baluarte de la libertad, sirve menos para reforzar la acción del pueblo como ciudadanos y mucho más para apoyar el poder económico de las empresas mediáticas y el poder político de las élites” (Bennet y Entman, 2000: 197).
La directa confabulación de los medios y la clase dominante no es algo que escape del análisis de Vallès, que a pesar de entender los medios de comunicación como un organismo, en cierto modo, autónomo (no como un mero instrumento capitalista), señala que “el producto informativo —o «desinformativo»— llega a veces a los medios de manera tan preelaborada que la función de los políticos profesionales que la originan puede calificarse como «autoría material» más que «cooperación necesaria»”(2010: 37).

Su lectura ingenua o comedida interpreta la clase política (por supuesto, incluida en la clase dominante en el análisis marxista) y los medios de comunicación como actores cuya interacción constante cristaliza en una suerte de simbiosis inexorable. La consecuencia directa de la cual “impide un control ciudadano adecuado sobre los medios de comunicación como actores políticos” (2010: 38) estableciendo su control por ellos mismos, o dicho de otra manera, “las opciones actuales oscilan entre una presunta autorregulación de los titulares de los medios y una supervisión compartida por profesionales y políticos en órganos de control ad hoc” (2010: 38). Por tanto, entiende ambos actores como aliados ajenos a la ciudadanía donde la teoría marxista ve una clase social cohesionada perpetuando su dominación sobre la otra.

Y tenemos que hacer referencia a la intervención presencial del autor puesto que no queda explícitamente expresado en el paper para tratar lo que Vallès identificaba como las causas, externas a los medios, de la supeditación de éstos ante las instituciones, clase política o poder hegemónico.

Las dos principales vías mediante las cuales el capital condiciona a los medios para el autor coinciden por completo con las cuatro herramientas que Barrow (1993: 24-25) menciona en Critical Theories of the State y parcialmente con las medidas propuestas en este blog:

“1. La colonización de las estructuras formadoras de los periodistas (financiamiento e intervenciones en las escuelas de periodismo);
2. La selección de los redactores en jefe y de los directores de los medias (hoy en día, un buen director de periódico debe ser un administrador con una habilidad confirmada);
3. La planificación de las líneas editoriales (ocultación de los temas sociales, tratamiento de los sujetos bajo el ángulo empresarial, disparidad cuantitativa y cualitativa en las entrevistas a las personalidades políticas);
4. La impregnación doctrinal (en las escuelas, universidades, pero también a través de la cultura y del deporte: exposición predominante de los valores del mercado, del individualismo, rechazo de lo colectivo…).”
Para Vallès, la dependencia económica del periodismo era por sí misma una vía, sobre lo que Barrow descompuso como las tres primeras herramientas. A diferencia de la cuarta, en la que coinciden y el autor catalán ejemplificaba prestando atención al peso cada vez más preponderante de las materias instrumentales en la educación primaria y secundaria, en detrimento de otras como la filosofía o la historia. De ello se extraía la conclusión de que la educación se estaba convirtiendo en el proceso de formación laboral más que en la dotación de herramientas lógicas y críticas para entender el mundo.

Es de esta última de donde se deriva uno de los conceptos más interesantes, la alienación. Vallès (2010: 33) sostiene que “el resultado final de la política mediatizada es a menudo el desencanto, la decepción, la alienación experimentada por la ciudadanía”. El autor nos permite leer en clave marxista la susodicha desafección y alienación de la ciudadanía y cree necesaria la lucha contra éstas como medio para conseguir el fin último, una ciudadanía consciente, crítica y participativa del proceso político. Pero la pregunta que deberíamos hacernos es la siguiente: ¿Cuán dista la democracia deliberativa propuesta por Vallès como horizonte ideal de la sociedad imaginada por Marx?
Fuente: VALLÈS, Josep Maria (2010), Política democrática y comunicación: Un rapto consentido, España: Revista de Estudios Políticos (nueva época), Nº 150, págs. 11-50.

De igual forma encontramos similitudes en el análisis sobre el grado de influencia de los medios de comunicación y sus degeneraciones (entiéndase poli-tainment info-tainment) y la aproximación marxista. La teoría de Karl Marx sostiene que los medios de comunicación ejercerán una influencia superior en las sociedades donde la organización de clase sea débil o no exista, buen ejemplo de ello serían los Estados Unidos de América, coincidiendo, no casualmente, con el paradigma del poli-tainment al que se refiere el autor.

De forma opuesta, donde se hace presente organización de clase como en algunos países latinoamericanos en la década de los setenta y ochenta (Bolivia, Venezuela, Chile, etc.) el secuestro de la información y la exclusión política del ciudadano ha sido menor. Por tanto, se observan, como señala James Petras (2008) diversas características comunes que parecen combatir la influencia de los medios y los valores que eso conllevan:

“1. La historia y la cultura de la comunidad y de la familia puede crear un filtro de bloqueo sobre la propaganda de los medios de comunicación, sobre todo en cuestiones socioeconómicas que afectan el lugar de trabajo, la vecindad y el nivel de vida.
2. La lucha de clases crea obligaciones de clase horizontales, sobre todo en respuesta al Estado y la represión de la clase dirigente, rehusando el nivel de vida, la concentración de riqueza y desahucios de masas y desplazamiento. La lucha de clases crea respuestas positivas a mensajes que refuerzan la lucha y un rechazo negativo a mensajes de medios de comunicación públicamente identificados que se posicionan al lado de la clase dirigente.
3. Las organizaciones de clase proporcionan un marco alternativo para entender acontecimientos, y para definir intereses de masas en los términos de clase que resuenan con su experiencia diaria y proporcionan la información y la interpretación que contestan a los medios de comunicación. Cuanto más alto es el grado de organización de clase y solidaridad de clase más débil será el impacto de los medios de comunicación en la opinión de masas. Lo opuesto es también verdadero. Mientras que en EE.UU, sindicatos son controlados por funcionarios que ganan más de 300,000 dólares en un año, acentuando la colaboración con los jefes (y que públicamente rechazan la política de lucha de clases) y son incapaces de organizar el 93 % de la mano de obra privada, los medios de comunicación lo tienen más fácil para influir en la opinión de las masas.
4. Cuanto más fuertes sean las redes de clase alternativas y la formación de opinión, más débil será la influencia de los medios de comunicación. Donde haya movimientos sociales que se desarrollan en un marco local, con líderes de opinión y comunidad, con activistas arraigados, es menos probable que  las masas tomarán las ideas sobre los acontecimientos desde los medios de comunicación, éstos aparecerán como algo formal y distante. En muchos casos las masas con criterio selectivo se sentarán ante los medios de comunicación para el ocio (deportes, telenovelas, comedias) rechazando sus noticieros y editoriales.”
Así que, enlazando con la cuestión de las (ya no nuevas) tecnologías de la comunicación y la información, éstas serán una herramienta de cambio siempre y cuando logren crear y afianzar los cuatro elementos aquí citados, dicho de otra forma, las TIC mejorarán la relación entre ciudadanía, medios de comunicación y política si eso pasa por la organización de clase como medio necesario para consecución del fin.

8 de enero de 2018

Mayorías y minorías: Catalunya



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Desde que Aristóteles describiera al ser humano como zoon politikon en La Política hace algo más de 2.300 años, o incluso desde antes (véase La República de Platón, maestro de Aristóteles), la idea de convivir, vivir en un conjunto, ha ocupado las reflexiones de los pensadores del momento. Dicho concepto aristotélico se refiere a la capacidad de relacionarse políticamente, constituir sociedades, rasgo característico de (el hombre) la Mujer que la diferencia de los animales, tanto la Mujer como los animales son sociales, sin embargo, tan solo la primera es política.

Es importante retener estas dos concepciones de la naturaleza del ser humano, la social, que constituye la base de la educación, y la política, que contribuye a la extensión de susodicha educación; porque, como veremos más adelante, son dos elementos fundamentales en cuanto a la construcción y salud del sistema democrático.

La constitución de una sociedad ha sido teorizada en casi infinitas ocasiones, el contrato social en sus múltiples formas desde el ya mencionado Platón, pasando por Hobbes, Locke y acabando en Rousseau, e incluso teorías modernas como el marxismo han intentado encontrar el conatus que legitima la implementación o fundación de la fórmula “democrática” (en sentido amplio).

Sin embargo, tal y como apunta Rosanvallon (2010: 189), la democracia no se sustenta por sí misma. Es por esto por lo que la democracia como recipiente –no vacío de valores, pero siendo éstos esquemáticos– tiene la capacidad (y necesidad) de combinarse con una o más ideologías que den contenido al esqueleto de los procesos y valores que contiene; así lo entendió Giovanni Sartori en ¿Qué es la democracia?, un sistema político que intenta hacer efectivas la igualdad y la libertad (de un modo distinto en función de la ideología predominante) y un conjunto de procedimientos de decisión (Sartori, 2012).

Lo que dichas ideologías le aportan es el vínculo emocional que  se crea al identificar un enemigo común (en el machismo es la mujer, en el neoliberalismo la intervención del Estado), un vínculo que cumple la función racional del contrato social y permite soportar las deficiencias democráticas. Mientras que la ideología desempeña la función social aristotélica que hemos apuntado antes, la democracia hace lo propio con la política.

Pero su creación no es el único aspecto conflictivo, ni mucho menos el más importante. Parece lógico que dicho título se otorgue a la esencia misma de la democracia, la definición de la legitimidad y su consecuencia en el funcionamiento del sistema. La legitimidad era concebida tiempo atrás como una derivación únicamente posible de la unanimidad, ergo los conflictos suponían perturbaciones artificiales e indeseables para el buen desarrollo de la vida en conjunto (Rosanvallon, 2010: 52). De ello se extraen dos reflexiones, en primer lugar, el requisito de la unanimidad, por razones obvias como la necesidad de funcionamiento, se ha transformado en el de la mayoría cayendo en el riesgo de viciarse. Emma Goldman denunciaba en Anarquismo y otros ensayos la tendencia hacia la cantidad:
“La multitud, el espíritu de la masa domina por doquier, destruyendo la calidad. Nuestra vida entera descansa sobre la cantidad, sobre lo numeroso: producción, política y educación. El trabajador, que en un tiempo tuvo el orgullo de la perfección y de la calidad de su trabajo, ha sido reemplazado por un autómata incompetente, privado de cerebro, el cual elabora enormes cantidades de cosas sin valor ninguno, y generalmente insultantes, en su grosería y ordinariez, para la humanidad. Todas esas cantidades, en vez de hacer la vida más confortable y plácida, no hicieron más que aumentar para el hombre la mole de sus preocupaciones angustiosas. En política nada más que cantidad; esto sólo importa. […] El que obtenga el éxito final será proclamado victorioso por la mayoría” (Goldman, 1910: 75).
Y es que parece que la teorización de James Madison sobre mayorías y minorías, donde la democracia no es en ningún caso el poder absoluto de la mayoría, sino el compromiso con los derechos de las minorías (Cuevas-Fernández, 2009), no ha quedado patente de igual forma en la práctica estadounidense a pesar de recoger dentro de los parámetros de la democracia constitucional una serie de limitaciones institucionales y sociales al gobierno de la mayoría.

Si reducimos esa lógica a su mínima expresión no obtendremos otra cosa que una suerte de herramienta aritmética de la que nos servimos para trampear el conflicto, así se pregunta Sartori (2012) ¿qué cualidad ética añade un voto para tener la virtud mágica de convertir en correcto el querer de 51 y en incorrecto el de 49? La lógica de la mayoría debe ser siempre el último recurso, pues ésta pone a prueba la democracia en cada envite, mientras que el consenso o la negociación desgastan en menor medida.

Para salvaguardar la posición de las minorías, las constituciones, como hemos dicho, limitan el poder mayoritario reconociendo una serie de derechos y libertades fundamentales e individuales (puesto que la individualidad es la mayor expresión de minoría). Si bien es cierto que las consecuencias de estos derechos y libertades, por muy individuales que sean, tienen una repercusión en el colectivo permitiendo que la minoría de hoy pueda ser la mayoría de mañana.

Además, la minoría no goza solo de derechos y libertades que la protegen ante una posible agresión mayoritaria, también tienen deberes. El mayor deber ante el que tienen que responder es el de la crítica, el control y el contrapeso de la opinión pública y el ejercicio de gobierno. Pero también corremos un riesgo, en sistemas pluralistas se puede dar la situación en la que un gobierno de mayoría relativa necesite del apoyo de minorías para lograr sus propósitos, es entonces cuando las minorías son dotadas de una importancia mayor de la “merecida” en cuanto a representación social y es posible que la minoría presente una oposición salvaje que obstruya de forma indiscriminada el desarrollo de la gestión de gobierno. Como todo lo que rodea y forma la democracia –y eso es algo que hemos aprendido durante este curso–, no se trata de algo blanco o negro, sino que el ideal se mueve entre escalas de grises; como dijo Miguel de Unamuno, “yo soy mi mayoría y no siempre tomo las decisiones por unanimidad”.

Volviendo a Emma Goldman, la cantidad no implica calidad, de hecho, en la mayoría de los casos estos dos elementos conforman un juego de suma cero. La mayoría, por el mero hecho de serlo, no toma buenas decisiones, puesto que, de acuerdo con Manuel Arias Maldonado (2016), en la toma de decisiones hay más de sentimental (no racional) que de racional. Por eso, y esto conecta con la segunda de las reflexiones inducidas por la cita de Rosanvallon, resulta interesante ver la evolución que ha sufrido la percepción de pluralismo o la existencia de minorías. Parecería un avance democrático pasar de considerarlo indeseable a necesario, sin embargo, hay un elemento esencial para que la transición de la unanimidad a la mayoría sea legítima y sin la cual el pluralismo se convierte en fragmentación, la cohesión (el sentimiento de unidad).

De forma ideal, para dotar de legitimidad una decisión la mayoría que apoya la misma debe rendir cuentas de algún modo por ello, debe justificarlo ante la minoría y ésta debe sentir que lo fundamental de sus intereses está cubierto igualmente en esa decisión aunque no fuera la suya. Cuando el sentimiento de unidad, de “unanimidad” desaparece con la fragmentación, y según las teorías de elección racional el individuo busca su interés personal descuidando al resto, la solidaridad necesaria para soportar los golpes del conflicto de intereses se desvanece y presenciamos un inexorable empobrecimiento democrático.

En un intento de encontrar paralelismos de lo teórico y abstracto en lo práctico y real, nos proponemos identificar algunas de las reflexiones descritas aquí en un caso, aunque de sobras manido, de actualidad y gran interés, el referéndum catalán sobre la independencia.

Como apuntábamos antes al respecto de la oposición de la minoría, es difícil encontrar un equilibrio entre los derechos de ésta y la voluntad mayoritaria. ¿Cómo hacer sentir a la minoría parte de la decisión tomada si dicha decisión va en contra de sus intereses?

Aunque no tenemos la respuesta perfecta, puesto que no la hay, sí debemos tener en cuenta en qué posición se encuentra la minoría resultante de esa cuestión. Si la minoría con la que nos encontramos tiene posibilidades reales de aumentar su apoyo hasta convertirse en mayoría en un futuro, tan solo deberíamos ser considerados con su propuesta e integrarla en la medida de lo posible en la ganadora. En cambio, si esta minoría no tiene la capacidad de cambiar su estatus, en pro de los derechos ya mencionados no debería aplicársele la voluntad de la mayoría restante, aunque mayoría sea, ya que eso lo convertiría en la tiranía de la mayoría, más que en democracia.

Trasladando esta cuestión al tema soberanista, hay quien defiende, ante un posible resultado en favor de la independencia en el hipotético referéndum, que la supuesta mayoría catalana pro independentista abusando de su estatus impondría su opción, la independencia de Catalunya, a la minoría, sin respetar sus derechos como tal, y que se debería, incluso, dar preferencia a la voluntad minoritaria por encima de la más apoyada.

Pues bien, este argumento parte de una mala interpretación, probablemente voluntaria, de la lógica democrática. La minoría en favor del statu quo, en caso de serlo, tiene plenas posibilidades de convertirse en mayoría, de hecho, aparentemente, lo ha sido mucho tiempo, así que puede volver a serlo. Por tanto, esta minoría no es del tipo a proteger de la posible tiranía mayoritaria.

En cambio, existe otro recurso discursivo, en esta ocasión cuestionando la consulta, que consiste en sostener que la decisión sobre la forma de organización que debe regir en Catalunya no corresponde tan solo a los catalanes y habitantes de Catalunya, sino que la potestad es del estado español por completo, puesto que les afectaría de forma indirecta.

También en este caso, la tesis es antidemocrática. Catalunya es, dentro del estado español, una minoría por definición. Aunque, en el mejor de los escenarios imaginables, todos los habitantes de Catalunya estuvieran de acuerdo y a favor de declarar un estado independiente, estarían tremendamente alejados de conseguir una posición mayoritaria dentro del estado. Por ende, se trata de una minoría con incapacidad de convertirse en mayoría, por lo tanto, a proteger; más aún si, teniendo en cuenta que es una minoría territorializada, se le respeta el derecho a la autodeterminación como pueblo con el fin de evitar que una nación mayor establezca y perpetúe una relación de dominación sobre ésta.

6 de enero de 2018

Los dos infiernos de Antonio Elorza



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Antonio Elorza, catedrático en Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid, escribió recientemente un panfleto en forma de tribuna en El País, coherentemente. En éste se hacía un resentido ataque hacia el origen y desarrollo del socialismo soviético, también conocido como socialismo real. Sorprendidos por la desfachatez de la que hace gala el autor en poco más de 700 palabras, hemos decidido realizar aquí un superficial, sin embargo necesario, análisis del discurso desempeñado por, el que debiera ser, un intelectual riguroso (aun en una tribuna de un periódico de tirada plurinacional).

Antes de entrar en materia es de recibo una pequeña introducción biográfica, para el señor Elorza será suficiente con recordar su trayectoria ideológico-política. Partió del marxismo-leninismo más ortodoxo del PCE vasco, en el que militó desde 1977 hasta su expulsión cuatro años más tarde, a finales de 1981; tras dicho episodio pasó a formar parte de la fundación de Izquierda Unida, de la cual se desvinculó notablemente al apoyar de forma pública la candidatura de UPyD y su número 1, Rosa Díez en 2008. Actualmente es un firme defensor de la Constitución Española de 1978 y de la indisolubilidad del Estado patente en ella, por consiguiente, también se presenta como opositor a las posturas nacionalistas no españolistas dentro del Estado español.


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Al conmemorar el centenario de la Revolución de Octubre conviene recordar algo: lo contrario del infierno no es necesariamente el paraíso, sino que con frecuencia suele ser otro infierno. La observación debe aplicarse a la justificación más utilizada para esconder la barbarie practicada por el comunismo soviético, cuando se le compara con el más brutal de los fascismos, el nacionalsocialismo de Hitler. El espontáneo defensor añadirá que de esa pesadilla se libró el mundo gracias a la victoria de la URSS guiada por Stalin, olvidando el pacto Molotov-Ribbentrop de 1939. 

En la primera línea ya nos ha dejado clara su intención, escribe sobre un día señalado en el imaginario socialista para aguar la fiesta, el Grinch de la izquierda. Será con frecuencia si Elorza lo dice, pero no resulta fácil imaginar muchos casos en que lo contrario a algo terrible sea otra cosa terrible, sinceramente. En cuanto a la justificación, que gracias a la URSS se derrotó al fascismo te lo dirá un marxista en 2018, el 57% de los franceses en 1945 o el propio Roosevelt en 1943: 
En nombre del pueblo estadounidense, quiero comunicar al Ejército Rojo, en su XXV aniversario, nuestra profunda admiración por sus logros, que no tienen parangón en la historia.[…] El Ejército Rojo y el pueblo ruso han encauzado a las fuerzas de Hitler hacia la derrota y se han ganado la admiración del pueblo de Estados Unidos.” (Butler, 2007: 189)
Es conocida la intención de Hitler por invadir el territorio soviético por lo que Stalin accedió a firmar el pacto de no agresión basándose en que es preferible una paz insatisfactoria a una horrible guerra, en cualquier caso, tras la negativa de Francia y Reino Unido a formar un frente común. No olvidamos el pacto, tan solo lo contextualizamos.

Una vez conocido el componente terrorista de la política de Lenin, tras la apertura parcial de los archivos de Moscú, se desvanece la imagen del gran revolucionario, cuyos excesos serían explicables por la guerra civil, contrapuesto al criminal que desvirtuó transitoriamente la gran obra de construcción del “socialismo real”. En el marxismo soviético, como en el nazismo, el terror fue consustancial al sistema. Y no es una cuestión secundaria en la medida que siguen existiendo organizaciones políticas que se refugian detrás de su ocultamiento, con el santo propósito de destruir la democracia, en nuestro caso “el régimen de 1978”, ‘actualizando la desestabilización practicada por aquel “calvo genial”. La broma es como para ser tomada en serio.

Volvemos a la igualación más rastrera, abstracta y subjetiva. No contento con ello, pretende tachar de antidemocráticos por igual a los partidos marxistas (esto es desde socialdemócratas hasta leninistas) y a los fascistas, puesto que ambos grupos pueden atentar contra el esquema de fuerzas de 1978 y el sistema pseudodemocrático que surgió del mismo.
Colocar en el mismo plano moral el comunismo ruso y el nazifascismo, en la medida en que ambos serían totalitarios, en el mejor de los casos es una superficialidad; en el peor es fascismo. Quien insiste en esta equiparación puede considerarse un demócrata, pero en verdad y en el fondo de su corazón es en realidad ya un fascista, y desde luego sólo combatirá el fascismo de manera aparente e hipócrita, mientras deja todo su odio para el comunismo. - Thomas Mann
A estas alturas del artículo Elorza ya ha puesto las cartas sobre la mesa, identifica el ideal democrático con el régimen del 78 y emprende una cruzada cual converso, en contra de los que hace unos años eran "los suyos".

Un criminal político no exculpa a su oponente. Hitler o Mussolini no justifican a Stalin o a Lenin, ni a la inversa. Todos establecieron regímenes totalitarios donde el correlato del monopolio de poder en manos del partido-Estado fue el aplastamiento de los derechos humanos hasta llegar al genocidio. 

Al respecto del totalitarismo, Raymond Aron recoge el testigo de Hannah Arendt y en su obra Democracia y totalitarismo ofrece cinco características del totalitarismo que pasamos a extrapolar al susodicho régimen del 78:

1. Un único partido posee el monopolio de la actividad política legítima.

       PP y PSOE han jugado un papel bipartidista y continuista en cuestiones centrales actuando así como un solo partido -como el Partido Conservador y el Partido Liberal de la Restauración- hasta la llegada de nuevos partidos en 2012 si se quiere, o incluso hasta día de hoy, puesto que ninguno de estos nuevos partidos ha logrado formar gobierno aún.

2. Dicho partido único está armado de una ideología que le confiere una autoridad absoluta.

       PP y PSOE son los partidos constitucionalistas, armados con una constitución (que les confiere una autoridad absoluta) caduca, retrógrada y desvirtuada casi por completo.

3. El estado se reserva el monopolio de los medios de persuasión y coacción, los medios de comunicación son dirigidos por el estado (en concreto las telecomunicaciones).

       La aplicación del artículo 155 en Catalunya y la ingente desinformación promovida por los medios del régimen son un perfecto ejemplo de ello.

4. La economía, al menos en gran parte es controlada por el estado y se convierte en parte del estado mismo.

       La economía está controlada por las elites de dicho régimen extrayendo el beneficio de cualquier actividad y socializando las pérdidas, como Bankia o Telefónica.

5. Politización de toda actividad, terror. Las faltas cometidas por los individuos en el marco de una actividad económica o profesional son simultáneamente faltas ideológicas. Esto entraña una conversión en ideológicas de todas las faltas o delitos cometidos por los individuos que lleva a un terror ideológico y policial.

       ¿Los 13 raperos de La Insurgencia, no han sido juzgados por motivos de este tipo?

Sorprende que pudiendo compartir categoría, el ideal democrático del autor y el peor infierno jamás imaginado por el mismo le parezcan realidades opuestas y completamente distintas. Si bien es cierto que en este caso no podríamos hablar de genocidio en masa, no obstante, los más de 50 feminicidios, 500 trabajadores que murieron a causa de accidentes laborales, y 1.160 defunciones por accidentes de tráfico este 2017 o las muertes provocadas fuera de los márgenes estatales por actores españoles son producto de un sistema económico y político concreto, pero no hay tribunas de Elorza denunciando un sistema consustancialmente asesino como es el que defiende, brutalmente cruel aun en el siglo XXI, con el desarrollo que esto implica, y en un época de relativa bonanza, ventajas de las que no disfrutaba la  URSS.

En el caso del comunismo, es preciso ampliar el espacio iluminado más allá del estalinismo. Tanto para el interior del sistema soviético como hacia su exterior. Hoy sabemos que la eliminación del adversario no fue una táctica aplicada excepcionalmente a Trotski. Venía de antes y siguió vigente hasta los años setenta. Cualquier dirigente comunista que pensaba por su cuenta, disintiendo de la URSS, incluso los “queridos camaradas” al frente de “partidos hermanos”, podía ver su vida en peligro en un hospital soviético o por un camión que arrollaba su vehículo en tierras del “socialismo realmente existente”. Son los casos comprobados de Togliatti, al desobedecer a Stalin, de Berlinguer e incluso de figuras menos relevantes, como el “comandante Carlos” de nuestra Guerra Civil. “La NKVD no olvida”, sentenció este último. Y el Politburó del PCUS no perdona, cabría añadir.

El frame de "comunistas asesinos" resulta tentador, es comprensible, pero a un historiador se le puede exigir algo de transparencia, una mención a los innumerables asesinatos perpetrados por la CIA o la relación de Estados Unidos con los nazis para luchar contra la Unión Soviética habrían ayudado a no malinterpretar los hechos.

Y está el espacio exterior, habitualmente disociado de la URSS a la hora de establecer un balance general de la experiencia comunista. En particular, la segregación afecta al comunismo asiático, visto como si se hubiera tratado de una flor exótica. Tanto Kim Jong-un, como el Mao de los 40 millones de muertos en el Gran Salto Adelante o los jemeres rojos con 1,5 millones de víctimas sobre ocho millones de camboyanos, son ramas del árbol del marxismo-leninismo. No pueden extraerse de la valoración global.

Clásico párrafo de todo discurso anticomunista de bar, los millones de muertos del comunismo. La cifras que se pueden oír provienen de El libro negro del comunismo, un recuento llevado a cabo por 6 historiadores en el que se alcanza la inverosímil cifra de 100 millones. Tras su publicación 3 de los 6 autores se desmarcaron de dicho recuento total y la igualación del comunismo y el nazismo (término que usaron ellos, no obstante, la comparación, 20 millones de muertos nazis contra 100 millones comunistas y 20 años de duración del régimen nazi contra 60 marxistas da una notable preferencia al nazismo) por parte de S. Courtois, el editor.

Elorza menciona a Kim Jong-un (Corea del Norte), Mao (China) y los Jemeres Rojos (Camboya), por lo que la cuenta de muertos del comunismo sumaría entre 42 y 45 millones a los de la URSS (igual de discutibles que los mencionados). Contrastemos brevemente dichas cifras.

Sobre Kim Jong-un, actual presidente de la República Popular Democrática de Corea del Norte, no vamos a extendernos, puesto que la manipulación y mentiras publicadas sobre su persona y el país por completo están más que evidenciadas.


En cuanto a Mao, sorprende que el autor no haya caído en adjudicarle 65 o incluso 70 millones de muertes, pues es la cifra que manejan muchos de los medios del Estado español. Aunque pensándolo bien, quizá solo se ha referido a las muertes que tuvieron lugar durante el Gran Salto Adelante y la hambruna consiguiente.



La única manera en que Mao pueda ser responsable directo de dichas muertes es que se olvide el tamaño poblacional de China a la vez que se les culpe de los desastres naturales acaecidos y de la política comercial asfixiante estadounidense.

El verano de 1959 el Huang He, el sexto río más largo del mundo, inundó la región este de China lo que provocó, por hambre o ahogamiento, el fallecimiento de aproximadamente 2 millones de personas tal y como apunta el Disaster Center. Además, a lo largo de 1960 más de la mitad de la tierra de cultivo se vio afectada por una gran sequía y fenómenos climatológicos adversos reflejados en la Encyclopædia Britannica. 


La suma principalmente de estos 2 acontecimientos redujo hasta en un 70% el nivel de producción de grano durante la mayor parte del Gran Salto Adelante (1958-1961) lo que provocó una hambruna terriblemente devastadora, la peor desde 1897. Sin embargo, podrían haberse paliado de no ser por el embargo comercial ejercido por Estados Unidos a China durante el periodo. Los norteamericanos limitaron las toneladas de grano que Canadá y Australia pretendían vender.


No hay consenso entre historiadores en cuanto al número total de muertes, mas la mayoría (Peng, Coale, Ashton et al., Banister, Becker, Cao, etc.) lo sitúan en torno a los 30 millones, a los cuales debemos restar 2 millones de las inundaciones comentadas. Por lo tanto, a la postre deberíamos contar con 28 millones de muertes sobre un total de más de 660 millones debidas a múltiples factores, difícilmente adjudicables de forma directa al comunismo.


Por último, el genocidio camboyano y quienes lo llevaron a cabo tienen, de facto, poco que ver con el comunismo. Pol Pot encabezando el ala más radical del PRPK obtuvo el apoyo popular suficiente para instaurar un régimen dictatorial y totalitario en Camboya gracias al rechazo generado hacia Estados Unidos por el intensísimo bombardeo al que sometieron al país, conocido como Operación Menú.


Pese a que dicho proyecto adaptó algunas de las ideas de la empresa maoísta, es una aberración considerar el populismo genocida y antimodernidad de Pol Pot uno de los ejercicios marxistas del momento.

Existía en el comunismo una diferencia sustancial del nazismo en cuanto a su dimensión teleológica: la emancipación de la humanidad frente al imperio de una raza. Esto resultó inútil para corregir al totalitarismo soviético en sus distintas variantes, pero explicaría la evolución del comunismo eurooccidental hacia la democracia y su papel positivo allí donde los comunistas se enfrentaron al fascismo. Pero es una tradición política agostada desde la década de 1980 y hoy sin influencia real sobre la izquierda en crisis.

Tampoco es aceptable creer que la experiencia fascista concluyó en 1945, ni siquiera que las democracias occidentales supieron mantener las promesas entonces formuladas. El mejor ejemplo lo ofreció la política norteamericana, creando escenarios infernales, de Indochina a Irak, especialmente bajo las presidencias de Nixon y Bush Jr., contribuyendo a asentar el horror de los neosultanismos prooccidentales (ejemplo, el de Mobutu en el Congo, a medias con Bélgica y Francia). La influencia de los fascismos, en su componente populista o en la negación radical de los derechos civiles y en la exaltación de líderes carismáticos, ha seguido difundiéndose bajo distintas máscaras políticas a escala mundial.


Y queda la variante del totalismo horizontal, fundado sobre una xenofobia cada vez más presente, incluso muy cerca de nosotros. Según nos enseña el budismo, cabe más de un infierno dentro del mismo marco ideológico. Incluso según muestra la tragedia de los rohingya en Birmania, puede existir un infierno construido desde una religión de paz.

Finalmente parece que tan malo como lo pintaba no sería el proyecto socialista cuando allí donde ganó terreno se dio paso a democracias más o menos progresistas, pero no solo eso, sino que la existencia de una alternativa real y viable al capitalismo más salvaje logró arrastrar la hegemonía hacia la izquierda obligando a las élites de distintos países a ceder en cuanto a derechos sociales. Y acabamos suscribiendo de la primera a la última palabra  de la siguiente intervención en Fort Apache por parte de Nines Maestro.

5 de enero de 2018

Pseudofeminismo en Vueling



Tiempo estimado de lectura: 10 minutos

Hace un par de días cogí un vuelo de vuelta a Barcelona y esperando a que despegara pude entrever como una mujer sentada delante de mí ojeaba un magazine que Vueling ofrecía entre el catálogo de comida a precio de oro y la bolsita de vomitar. Se paró unos segundos en un artículo de Yorokobu aparentemente feminista por su título e ilustración, no es habitual encontrar algo así en medios generalistas por lo que mi curiosidad, junto con el cabreo de leer las primeras páginas de Fidel Castro: Patria y Muerte (donde tardaban menos de 8 líneas en llamarlo dictador), me empujaron a leerlo y analizarlo desde una cierta desconfianza. Parece que no me equivocaba y al llegar decidí reproducirlo añadiendo algunos apuntes que me suscitaba al leerlo.

Por qué muchos hombres no hablan de la discriminación de la mujer en el trabajo

Por Gonzalo Toca
Muchos [cuantifica muchos ¿parece razonable decir la absoluta mayoría, no?] hombres guardan silencio cuando llega el momento de discutir o denunciar si sus compañeras están siendo discriminadas [¿las discrimina un ente abstracto o son jefes, legisladores e incluso los mismos compañeros HOMBRES?], si les pagan menos o si las tratan con condescendencia por el mero hecho de ser mujeres. Se equivocan, pero es perfectamente normal que se equivoquen [normal en términos estadísticos sí, como hemos dicho serán la mayoría, pero en ningún caso normalidad como aceptable]. Hay que discutirlo con ellos; no despreciarlos [un hombre usando imperativos hacia mujeres sobre cómo DEBEN tratar a los hombres (pensaba que el artículo trataba sobre la injusticia que sufren las mujeres, no los hombres)].
Los hombres, igual que ellas, tenemos una costumbre adquirida [es adquirida, o inculcada si quieres, pero tampoco en este caso el artífice es indefinido, la socialización donde tiene lugar esa adquisición de valores machistas se da desde la familia, los medios de comunicación, las series, las películas, las canciones, la publicidad, la escuela, etc.] desde que somos niños: sentimos que hay cosas, temas y hasta tonos que afectan exclusivamente a las mujeres y otros que nos afectan exclusivamente a nosotros. Existe un muro invisible de silencio, realidad —y a veces egoísmo insolidario [callar ante una injusticia de la que te beneficias no creo que pueda dejar de ser egoísta e insolidario nunca]entre los sexos [se puede concretar más, no es entre sexos, es de los hombres hacia las mujeres]. Por eso, muchos hombres, cuando leen o escuchan la expresión ‘discriminación por sexo’ [machismo se llama], asumen que eso es algo que o sólo les ocurre a sus compañeras o sólo lo perpetran un puñado de marginados, dinosaurios y mediocres que no saben competir [acuérdate, Gonzalo, que el machismo no es cuestión de competencia laboral y productividad] con quien les supera. No es machismo, se dicen, es envidia.

Motivo l: no identifican el machismo

Como ellos no se sienten ni incompetentes, ni envidiosos ni dinosaurios (estas expresiones delatan que sí están dispuestos a discriminar aunque sólo sea por edad) [joder, que manga ancha tiene con el sexo y qué poca con la edad], creen que la cosa no va con ellos. Olvidan una triste realidad: la sociedad [con “la sociedad” se refiere a todo el que no sea feminista (es decir, que luche contra esa opresión), y el que no es feminista es machista, la neutralidad no es una opción; ergo son L@S MACHISTAS quien] tolera y a veces alienta que muchas mujeres escuchen comentarios sexuales [¿qué porcentaje de dichos comentarios salen de boca de mujeres? #JustSaying] fuera de lugar en la oficina, que sientan miedo e inseguridad al asumir determinados retos y pedir aumentos salariales y que cobren menos que los hombres por desempeñar el mismo trabajo [o lo que es lo mismo, que los hombres cobren más por desempeñar el mismo trabajo; el privilegio es la otra cara de la discriminación, es un juego de suma cero].
Los estudios muestran que cuando la productividad es difícil de calcular (por ejemplo, en el sector servicios), las empresas y los jefes asumen que una mujer es menos productiva y valiosa que un hombre. ¿Es necesario que ataquen a nuestras parejas, madres o hijas para romper nuestro muro de silencio?
Otro motivo por el que muchos hombres se callan es que albergan dudas sobre los argumentos de una minoría de feministas vociferantes y extremas [¿ha dicho feminazi? Gracias Gonzalo por conocer el verdadero feminismo y dirimir quién forma parte del buen feminismo y quién del malo] y porque temen que estas los acusen de machistas o acabar una discusión con gritos e insultos.

Motivo ll: miedo a las feminazis

Al igual que muchas mujeres [la igualdad llega con el análisis de “la sociedad” y concluir que lo del patriarcado es un cuento chino], no creen que la sociedad sea simple [las feministas sí creemos que lo sea, al parecer] y rotundamente patriarcal, que los hombres —dentro y fuera de las empresas— las vean siempre [si no es SIEMPRE y “HASTA EN LOS MÁS MÍNIMOS DETALLES” no supone un problema] con superioridad, condescendencia y como objetos, que todos los varones y muchas mujeres sean fundamentalmente machistas hasta en los más mínimos detalles y que eso les quite a los hombres cualquier derecho a hablar del bienestar que desearían para las mujeres [la opresión no viene dada, la ejerce y legitima un sexo sobre el otro, no hables del, lucha por el bienestar que desearías]. Así es como muchos varones y algunas mujeres menores de 45 años han empezado a depositar cualquier argumento feminista en el baúl de las locuras apocalípticas [al lado del cajón de las locuras utópicas como el marxismo].
Estos hombres olvidan un punto fundamental: el hembrismo no es lo mismo que el feminismo [BIEN], el feminismo no es lo mismo que ser mujer [BF, SEGÚN SE MIRE] y no hablar de lo que creemos que es bueno para las mujeres sin tenerlas en cuenta (es decir, como déspotas ilustrados) no es lo mismo que no animarlas a ser mejores después de escucharlas [NO SÉ A QUÉ MIERDA SE REFIERE CON SER MEJORES (COMO SI FUERA LA IMPERFECCIÓN DE ELLAS EL PROBLEMA) PERO NO PINTA BIEN]. Muchas feministas y mujeres que no lo son agradecen esto último y reclaman puramente la igualdad [¿"las mujeres que no lo son", es decir, las machistas también “reclaman puramente la igualdad”?] y se sienten ofendidas cuando escuchan desprecios contra los varones por el mero hecho de ser varones. Es verdad que a veces los ofenden porque les hiere su indolencia y que ellas también deberían mostrarse más comprensivas [ya está aflorando el verdadero problema, las mujeres oprimen a los hombres al no tolerar que los hombres las opriman].

Es justo y peligroso

Otro motivo por el que muchos hombres guardan silencio es que sienten que exteriorizar preocupaciones por la discriminación de la mujer en la oficina es inútil, peligroso, inadecuado o forma parte del típico comportamiento de un colectivo [no sé de qué colectivo habla pero tiene que ser uno ajeno a los hombres por lo que dice, tampoco esto pinta bien] que presume de lo que, en el fondo, seguro que carece.

Motivo lll: legitimar la opresión con tu silencio provoca el mismo resultado que mostrar tolerancia cero, y no solo eso, sino que a la postre acabarán sufriendo ellos la discriminación (aunque infinitamente menor que las mujeres, callen éstas o no) y callan también porque no hacerlo es típico del colectivo ese raruno al que no quieren parecerse

Lo ven inútil porque una empresa machista no va a cambiar porque ellos se opongan. Lo ven peligroso porque no sólo no va a cambiar, sino que pueden sufrir las consecuencias de denunciar lo que nadie quiere oír. Lo ven inadecuado porque no tiene sentido hablar de política en el trabajo y el feminismo y la igualdad, creen ellos, son política. Y lo ven un ejercicio de postureo porque asumen que las expresiones ‘estamos embarazados’, ‘todos y todas’ o ‘como padre, me encanta cambiar los pañales de mis hijos’ no van acompañadas de hechos como pedir un permiso de paternidad en condiciones o una jornada reducida e intensiva. Es, según ellos, pura hipocresía a la moda [el patriarcado no existe pero las empresas son machistas (como si fueran un actor independiente y ajeno a todo, una manzana podrida que no afecta al resto) y la lucha feminista es una moda (algo rara, porque el machismo, aunque ampliamente extendido, no constituye una moda, pero esta lucha minoritaria de la que Gonzalo saca a las feminazis haciéndola más minoritaria si cabe, sí lo es)].
El último argumento por el que muchos hombres no hablan de la discriminación de las mujeres en el trabajo es que asumen que la discriminación salarial es algo que las mujeres tienen que aceptar cuando deciden ser madres y dedicarse más a su familia que a la oficina. Les parece un trato justo para los hombres y las mujeres que renuncian a tener familia o que optan por pasar cada vez más tiempo en la oficina y cada vez menos en el hogar. En el fondo, afirman, todo es cuestión de implicación y productividad. Cuanto más te implicas y más productivo eres, más cobras y más te tienen en cuenta. [Pues al final se ha olvidado de que el machismo no es cuestión de productividad y competencia laboral. No entramos en la doble jornada laboral y demás porque no salimos de ahí, pero menudo hilo del que tirar].

Motivo lV: No identifican el machismo (¿otra vez?)

La realidad, sin embargo, es que un estudio de la Reserva Federal de San Luis muestra que las madres que ocupan durante años empleos estables, flexibles, cualificados y donde la productividad es fácil de determinar como el de las profesoras e investigadoras universitarias son, a largo plazo, más productivas que las que no tienen hijos aunque lo sean menos cuando estos son muy pequeños. [No solo se le ha olvidado, sino que afronta la competencia laboral como disputa entre la MUJER con hijos y la MUJER sin hijos (los hombres no tienen de eso, según parece)].
Deberíamos pensar que la desigualdad salarial entre hombres y mujeres tiene que ver (y mucho) con la calidad de nuestros empleos, la temporalidad y la capacidad de medir nuestra verdadera productividad frente a los prejuicios machistas. También tendríamos que recordar que las mujeres cualificadas no sólo comparten más tareas familiares con los hombres sino que, cuando no lo hacen, disponen normalmente de un servicio doméstico. Decir que todas o la mayoría de las mujeres cobran menos porque prefieren cobrar menos es falso [¿Tú también te has dado cuenta, no Sherlock?].
Los motivos por los que muchos hombres callan ante la discriminación de la mujer en el trabajo, como decíamos, son razonables [¡Menuda sorpresa! cuando al principio decía “normal” no se refería a estadísticamente sino a lógico, aceptable y congruente]. En vez de ningunearlos [pobres hombres, la verdadera victima del machismo], deberíamos darles la importancia que merecen, discutirlos y refutarlos. No podemos combatir el desprecio y la ignorancia sobre las capacidades y la dignidad de la mujer [tampoco se le ve mucha voluntad] despreciando e ignorando la capacidad de millones de hombres para guardar silencio. [La dignidad de LA MUJER (sea una, dos o un trillón suena a pocas) < la capacidad de MILLONES DE HOMBRES (al principio eran solo “muchos”, no sabía cuantificarlo porque hacían algo malo, ahora que son víctimas del desprecio son millones, a saber cuántos...)].
En suma, muchos hombres no hablan de la discriminación de la mujer en el trabajo porque no la ven, ya que como Ramón de Campoamor escribió "en el mundo traidor no hay verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira" y si el color es machista dicha discriminación resulta invisible. Eso explicaría porque le temen al feminismo, porque pretende acabar con el sistema de privilegios sobre el que se sustentan, y luchan contra él criminalizándolo (feminazis) y ridiculizándolo (moda). Más allá de lo escrito por Gonzalo Toca, hay que estar bien alerta con todo intento de enmarcar un conflicto como es en este caso el de género, especialmente si se trata de uno con apariencia progresista pues no erraba Marx al sostener que "nuestra tarea es la crítica despiadada, y mucho más contra aparentes amigos que contra enemigos abiertos"