Abrumado por el bombardeo de desinformación al que estamos sometidos por la situación actual, he intentado esquivar todo análisis o previsión durante estas últimas semanas. Sin embargo, hoy se me ha ofrecido la posibilidad de leer un artículo de opinión de elEconomista.es y he caído. Me picaba la curiosidad por ver el posible estropicio que resultara un análisis económico neoliberal, además, ponen como cebo "marxismo" en el título para que lelos como yo les demos clics fáciles y a mí no me gusta decepcionar.
No voy a entrar a responder el puñado de gilipolleces que se comentan, no es más que la demonización de la nacionalización de sectores económicos estratégicos y bilis contra el gobierno usando la, ya desgastada, doble vara de medir; pero sí me gustaría hacer balance de las consecuencias de la pandemia del coronavirus.
En primer lugar, debo acotar el análisis a las consecuencias de éste porque el origen lo desconozco igual que vosotros, hago oídos sordos a todo tipo de conspiranoia por verosímil que me parezca (EEUU, China, control demográfico, etc.). Por tanto, aceptamos la premisa del origen del contagio del virus "oficial". Pesando los pros y los contras que suponen las externalidades -en política pública se conoce la externalidad como el impacto no compensado de las acciones de un actor sobre el bienestar de otro- de la pandemia. No tendremos en cuenta las muertes que se ha cobrado el virus, ya que interpretaremos las repercusiones directas en la salud de la población como el objetivo del virus y lo que trataremos son las consecuencias "no deseadas" de ello.
Empecemos por las negativas, la pandemia ha afectado de modos distintos pero con igual intensidad en dos direcciones. Por un lado, la vertiente económica, evidente, la congelación de la actividad laboral ha convertido en papel mojado cualquier planificación o estrategia empresarial al corto y medio plazo con las consiguientes inversiones.
Cuando el empresario enfrenta el 2020 realiza un pronóstico sobre el que sostiene "su apuesta", calcula cuántos productos o servicios puede conseguir que demanden los consumidores e intenta cubrir esa demanda empleando los mínimos recursos posibles para ampliar el margen de beneficio. Un cálculo por encima o por debajo de la realidad suponen pérdidas relativas.
Por su parte, el trabajador afronta el 2020 intentando cambiar su fuerza de trabajo a la empresa que mejor le convenga por un sueldo para asegurar su supervivencia. El riesgo de "escoger una mala empresa" es el que puede dar perdedora la "apuesta". Ambos actores, con intereses enfrentados, pretenden firmar un contrato ganador pero el COVID-19 ha trastocado cualquier escenario imaginable así que a alguien le tocará pagar... o no.
Motivado por una causa que escapa a su control, el empresario ve como los acuerdos a los que había llegado con los trabajadores le perjudican y los beneficios esperados desaparecen; del mismo modo, los trabajadores corren con la posibilidad de contagio o el no poder cuidar a sus hijos los días que el empresario les obliga a trabajar (basándose en el contrato que firmaron). La pandemia, como la remontada de la Roma al Barça en la Champions de 2018, no era previsible y quien apostó de forma racional, perdió. Perdimos los trabajadores al tener que cumplir nuestra parte del trato para conservar el salario y debería perder el empresario pero, UNA VEZ MÁS, obtiene una ventaja comparativa, se le ofrece en bandeja de plata la posibilidad de realizar un Expediente de Regulación Temporal de Empleo (ERTE). De esta forma, se facilita romper con la obligación del contrato empresa-trabajador y mandarlo al paro sin penalizaciones de ningún tipo y absolutamente al margen del parecer del trabajador (siendo el 50% del acuerdo).
En la historia de la economía española encontramos recurrentes ejemplos en los que la empresa privada asume un riesgo para lograr beneficios, si sale bien, se llenan los bolsillos (cómo el riesgo es del empresario, el beneficio también) y si sale mal, son los trabajadores y/o ciudadanos quienes asumen las pérdidas para que el empresario pueda llenarse los bolsillos de igual forma (véanse el rescate a la banca, por ejemplo). Las consecuencias solo resbalan del pecho del empresario si son negativas.
Comentando la situación con conocidos encuentras un discurso común, les resulta irrelevante la injusticia del asunto, ya que podrán disfrutar del paro (70% de la base reguladora del salario) sin gastar prestación ni importar el tiempo que lleven en la empresa, cobrarán sin trabajar. Según esa visión tanto patronal como trabajadores reciben ayudas.
Si nos paramos a ver el origen y el destino de dichas ayudas descubriremos que para minimizar las pérdidas del empresario se le permite incumplir el contrato laboral y para que el perjudicado (trabajador) no proteste el Estado le provee de subsidios con condiciones mejoradas; dicho de otro modo, Papá Estado aparece para salvar el culo del empresario y compensa al trabajador con su propio dinero, un dinero recaudado mediante impuestos mayoritariamente, de lo cuales los trabajadores aportan entre el 60% y el 70%. ¿Intervendrá también el Estado para evitar que empresas que ganaron su apuesta porque se dedicaban a la producción de mascarillas, por ejemplo, se bañen en oro a costa de una situación que escapa a su control? No, cuando se trata de explotar y forrarse, no.
Entiendo la lógica de que "es un motivo de fuerza mayor" en el que las empresas no han tenido control (aunque cuando lo han tenido han decidido seguir produciendo a costa de arriesgar la salud de sus trabajadores); pero tampoco yo tengo control, sin embargo, pago (posiblemente sin disfrutarlo) el seguro del coche, los intereses del banco, el alquiler, etc. También yo me comprometí pagar un servicio de manera mensual pero a mí no me dejan decidir no pagarlo y compensar a las empresas con dinero pagado meses atrás.
La otra dirección en la que este virus ha afectado es en la psicológica, sin duda el fenómeno que más me preocupa es la aparición de 3 perfiles entre la población de este país:
El policía de balcón: un currela que aplaude religiosamente cada día a la hora indicada mientras le mean en la cara y le dicen que llueve, exige la intervención policial si un vecino tarda más de 30 segundos tirando la basura y pasa la cuarentena reenviando bulos por WhatsApp.
El protofascista en paro: un tipo que aprovecha la tesitura para sacar pecho de la última aportación del ejército, a las 8 pone el himno, si ve a alguien en la calle le escupe sin dudar, cree que la pandemia la ha generado el chino de abajo o una podemita el 8M y se sirve de ella para poner a parir al gobierno (en ocasiones lee elEconomista.es porque tenía 0,000000006 bitcoins; ahora la mitad).
El reptiliano; obsesionado con las teorías conspiranoicas, conoce con detalle las ocasiones en las que un medium de turno ha mencionado una catástrofe en 2020, le preocupa que el gobierno le obligue a quedarse en casa para controlarnos pero se la suda que le pinchen el micrófono, la cámara o la ubicación a diario. Por algún extraño motivo (un/a ex estudiaría medicina) odia a los sanitarios porque no son fit.
No obstante, también hay consecuencias positivas, por orden de importancia: la contaminación se ha reducido enormemente, el sector financiero las pasa canutas y puede leerse en la prensa generalista el término nacionalización más allá de Diego Costa (ahora ya no tengo que explicar qué es antes de explicar cuáles son las ventajas).
De las 3, la que más disfruto es la segunda, me encanta ver como la burguesía financiera y productiva retira despavorida sus capitales de las principales bolsas de valores del mundo; confirmando la tesis marxista de que el trabajo es la única fuente verdadera de riqueza, sin trabajadores no hay producción, no hay distribución, no hay consumo y, por tanto, no hay acumulación. La especulación financiera suena apetecible por 2 motivos, porque debe serlo para que los tontos de la base de la pirámide o los últimos de la fila pierdan su dinero (de algún bolsillo ha salido el dineral que se embolsan los brokers, banqueros y demás cocainómanos) y porque hay trabajo real detrás que la sustenta. Consta de un mecanismo complejo y perfectamente diseñado siempre y cuando no ocurra algo como esto.