5 de abril de 2020

Coronavirus: Todo mal, casi


Abrumado por el bombardeo de desinformación al que estamos sometidos por la situación actual, he intentado esquivar todo análisis o previsión durante estas últimas semanas. Sin embargo, hoy se me ha ofrecido la posibilidad de leer un artículo de opinión de elEconomista.es y he caído. Me picaba la curiosidad por ver el posible estropicio que resultara un análisis económico neoliberal, además, ponen como cebo "marxismo" en el título para que lelos como yo les demos clics fáciles y a mí no me gusta decepcionar.


No voy a entrar a responder el puñado de gilipolleces que se comentan, no es más que la demonización de la nacionalización de sectores económicos estratégicos y bilis contra el gobierno usando la, ya desgastada, doble vara de medir; pero sí me gustaría hacer balance de las consecuencias de la pandemia del coronavirus.

En primer lugar, debo acotar el análisis a las consecuencias de éste porque el origen lo desconozco igual que vosotros, hago oídos sordos a todo tipo de conspiranoia por verosímil que me parezca (EEUU, China, control demográfico, etc.). Por tanto, aceptamos la premisa del origen del contagio del virus "oficial". Pesando los pros y los contras que suponen las externalidades -en política pública se conoce la externalidad como el impacto no compensado de las acciones de un actor sobre el bienestar de otro- de la pandemia. No tendremos en cuenta las muertes que se ha cobrado el virus, ya que interpretaremos las repercusiones directas en la salud de la población como el objetivo del virus y lo que trataremos son las consecuencias "no deseadas" de ello.

Empecemos por las negativas, la pandemia ha afectado de modos distintos pero con igual intensidad en dos direcciones. Por un lado, la vertiente económica, evidente, la congelación de la actividad laboral ha convertido en papel mojado cualquier planificación o estrategia empresarial al corto y medio plazo con las consiguientes inversiones. 

Cuando el empresario enfrenta el 2020 realiza un pronóstico sobre el que sostiene "su apuesta", calcula cuántos productos o servicios puede conseguir que demanden los consumidores e intenta cubrir esa demanda empleando los mínimos recursos posibles para ampliar el margen de beneficio. Un cálculo por encima o por debajo de la realidad suponen pérdidas relativas.

Por su parte, el trabajador afronta el 2020 intentando cambiar su fuerza de trabajo a la empresa que mejor le convenga por un sueldo para asegurar su supervivencia. El riesgo de "escoger una mala empresa" es el que puede dar perdedora la "apuesta". Ambos actores, con intereses enfrentados, pretenden firmar un contrato ganador pero el COVID-19 ha trastocado cualquier escenario imaginable así que a alguien le tocará pagar... o no. 

Motivado por una causa que escapa a su control, el empresario ve como los acuerdos a los que había llegado con los trabajadores le perjudican y los beneficios esperados desaparecen; del mismo modo, los trabajadores corren con la posibilidad de contagio o el no poder cuidar a sus hijos los días que el empresario les obliga a trabajar (basándose en el contrato que firmaron). La pandemia, como la remontada de la Roma al Barça en la Champions de 2018, no era previsible y quien apostó de forma racional, perdió. Perdimos los trabajadores al tener que cumplir nuestra parte del trato para conservar el salario y debería perder el empresario pero, UNA VEZ MÁS, obtiene una ventaja comparativa, se le ofrece en bandeja de plata la posibilidad de realizar un Expediente de Regulación Temporal de Empleo (ERTE). De esta forma, se facilita romper con la obligación del contrato empresa-trabajador y mandarlo al paro sin penalizaciones de ningún tipo y absolutamente al margen del parecer del trabajador (siendo el 50% del acuerdo).


En la historia de la economía española encontramos recurrentes ejemplos en los que la empresa privada asume un riesgo para lograr beneficios, si sale bien, se llenan los bolsillos (cómo el riesgo es del empresario, el beneficio también) y si sale mal, son los trabajadores y/o ciudadanos quienes asumen las pérdidas para que el empresario pueda llenarse los bolsillos de igual forma (véanse el rescate a la banca, por ejemplo). Las consecuencias solo resbalan del pecho del empresario si son negativas.

Comentando la situación con conocidos encuentras un discurso común, les resulta irrelevante la injusticia del asunto, ya que podrán disfrutar del paro (70% de la base reguladora del salario) sin gastar prestación ni importar el tiempo que lleven en la empresa, cobrarán sin trabajar. Según esa visión tanto patronal como trabajadores reciben ayudas.

Si nos paramos a ver el origen y el destino de dichas ayudas descubriremos que para minimizar las pérdidas del empresario se le permite incumplir el contrato laboral y para que el perjudicado (trabajador) no proteste el Estado le provee de subsidios con condiciones mejoradas; dicho de otro modo, Papá Estado aparece para salvar el culo del empresario y compensa al trabajador con su propio dinero, un dinero recaudado mediante impuestos mayoritariamente, de lo cuales los trabajadores aportan entre el 60% y el 70%. ¿Intervendrá también el Estado para evitar que empresas que ganaron su apuesta porque se dedicaban a la producción de mascarillas, por ejemplo, se bañen en oro a costa de una situación que escapa a su control? No, cuando se trata de explotar y forrarse, no.

Entiendo la lógica de que "es un motivo de fuerza mayor" en el que las empresas no han tenido control (aunque cuando lo han tenido han decidido seguir produciendo a costa de arriesgar la salud de sus trabajadores); pero tampoco yo tengo control, sin embargo, pago (posiblemente sin disfrutarlo) el seguro del coche, los intereses del banco, el alquiler, etc. También yo me comprometí  pagar un servicio de manera mensual pero a mí no me dejan decidir no pagarlo y compensar a las empresas con dinero pagado meses atrás.



La otra dirección en la que este virus ha afectado es en la psicológica, sin duda el fenómeno que más me preocupa es la aparición de 3 perfiles entre la población de este país:

El policía de balcón: un currela que aplaude religiosamente cada día a la hora indicada mientras le mean en la cara y le dicen que llueve, exige la intervención policial si un vecino tarda más de 30 segundos tirando la basura y pasa la cuarentena reenviando bulos por WhatsApp.

El protofascista en paro: un tipo que aprovecha la tesitura para sacar pecho de la última aportación del ejército, a las 8 pone el himno, si ve a alguien en la calle le escupe sin dudar, cree que la pandemia la ha generado el chino de abajo o una podemita el 8M y se sirve de ella para poner a parir al gobierno (en ocasiones lee elEconomista.es porque tenía 0,000000006 bitcoins; ahora la mitad).

El reptiliano; obsesionado con las teorías conspiranoicas, conoce con detalle las ocasiones en las que un medium de turno ha mencionado una catástrofe en 2020, le preocupa que el gobierno le obligue a quedarse en casa para controlarnos pero se la suda que le pinchen el micrófono, la cámara o la ubicación a diario. Por algún extraño motivo (un/a ex estudiaría medicina) odia a los sanitarios porque no son fit.


No obstante, también hay consecuencias positivas, por orden de importancia: la contaminación se ha reducido enormemente, el sector financiero las pasa canutas y puede leerse en la prensa generalista el término nacionalización más allá de Diego Costa (ahora ya no tengo que explicar qué es antes de explicar cuáles son las ventajas).


De las 3, la que más disfruto es la segunda, me encanta ver como la burguesía financiera y productiva retira despavorida sus capitales de las principales bolsas de valores del mundo; confirmando la tesis marxista de que el trabajo es la única fuente verdadera de riqueza, sin trabajadores no hay producción, no hay distribución, no hay consumo y, por tanto, no hay acumulación. La especulación financiera suena apetecible por 2 motivos, porque debe serlo para que los tontos de la base de la pirámide o los últimos de la fila pierdan su dinero (de algún bolsillo ha salido el dineral que se embolsan los brokers, banqueros y demás cocainómanos) y porque hay trabajo real detrás que la sustenta. Consta de un mecanismo complejo y perfectamente diseñado siempre y cuando no ocurra algo como esto.

22 de febrero de 2019

El contrato social


El buen gobierno ha sido el tema sobre el que reflexionar desde hace siglos por todo pensador, es un concepto fundamental puesto que es el objetivo de la política y ésta nace prácticamente con el ser humano hace millones de años atrás. Tras leer a dos de los grandes filósofos de los siglos XVII y XVIII, Thomas Hobbes (1588-1679) en “Leviatán” y Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) en “Del Contrato Social” asimilando así ambos discursos podemos trabajarlos contraponiéndolos para conseguir de algún modo ideas fundamentales. 

El ‘Estado de Naturaleza’ es algo en lo que se apoyan ambos filósofos, el estado en el que se encuentran los seres humanos antes de la creación de una organización, sociedad o corporación, en esta situación el hombre denota cierto egoísmo y llevado al extremo acabará en conflicto con otro hombre. No obstante, cada pensador tiene sus matices en cuanto a la naturaleza del ser humano. Hobbes no llega a tratarlo directamente en el fragmento trabajado, puesto que centra su discurso en la ya constituida República, pero sí Rousseau, al escribir “Un pueblo, dice Grocio, puede entregarse a un rey. […] Antes de examinar el acto por el cual un pueblo elige a un rey sería bueno examinar el acto por el cual un pueblo es tal pueblo; porque siendo este acto necesariamente anterior al otro, es el verdadero fundamento de la sociedad.”(Rousseau, 1762; pag. 21), interesándose como vemos en el preludio de dicha sociedad.­

La conclusión que extraen, tanto Hobbes que define al hombre como un ser que busca las filias y se aleja de las fobias, en principio no malo ya que se compadece pero que puede llegar a ser una amenaza en caso de ‘escasez’ por ejemplo, de ahí la famosa frase “homo homini lupus”; como Rousseau, es que el llamado “contrato social” es el instrumento mediante el cual formar ‘La República’ o ‘El Estado’. Es el camino a tomar para garantizar la autoconservación o como diría Rousseau; superar en mayor medida los obstáculos que se oponen a su conservación en el estado de naturaleza. 

De hecho, Rousseau es más explícito e intenso en esta cuestión como vemos aquí: “Como los hombres no pueden engendrar fuerzas nuevas, sino solo unir y dirigir aquellas que existen, no han tenido para conservarse otro medio que formar por agregación una suma de fuerzas que pueda superar la resistencia, ponerlas en juego mediante un solo móvil y hacerlas obrar a coro.”(Rousseau, 1762; pag. 21/22). ­­Pero de nuevo hayamos una dicotomía, Hobbes aboga por el sacrificio de derechos y bienes de todo un colectivo en favor de un soberano (el Leviatán) que vele por el bien común; en cambio Rousseau, demócrata empedernido, cree en la voluntad general de dicho colectivo sometiendo a ‘debate’ incluso los derechos que considera naturales como son el derecho a la vida, el derecho a la libertad y el derecho a la propiedad. ­ Ésta es un elemento sobre el cual difieren de nuevo los autores, Hobbes no cree en el derecho a la propiedad privada, no al menos como comúnmente está establecida, “Todo hombre, efectivamente, tiene una propiedad que excluye el derecho de todos los demás súbditos. Mas si disfruta de esa propiedad, ello es gracias al poder soberano sin cuya protección cualquier otro hombre tendría derecho a poseer la misma cosa.”(Hobbes, 1651; Pag. 399) con lo que quiere decir que todo individuo es propietario (potencial) de sus bienes siempre que el Leviatán no los requiera, ya que es éste el primer y único propietario completo de todos los bienes, como comentábamos en el contrato social. 

Rousseau por su parte describe a los ciudadanos como propietarios del bien público, algo paradójico pero comprensible al hacer de estos bienes la propiedad del conjunto del estado y marcando como objetivo defenderlo frente al extranjero. Además cree que el estado de mera naturaleza es un estado de igualdad, situación que se corrompe al aceptar el contrato social y a su vez ‘aparece’ la propiedad privada con las desigualdades, avaricia y envidia correspondientes, pero que resuelve con esta paradoja de ser todos propietarios del bien común, volviéndose así “todos iguales por convención y de derecho.” (Rousseau, 1762; pag. 31)

Un gran pilar que sustenta este tipo de discursos es el sistema de gobierno, por así decirlo. Un sistema que, aun no habiéndolo tratado per se, queda vislumbrado; absolutista en el caso de Hobbes, basado en un soberano omnipotente y duro con el pueblo pero que busca el bien de éste y es aceptado a su vez por el mismo; y en el caso de Rousseau, democrático puesto que es en la voluntad general donde reside la potestad de decidir. Piensan igual sobre las características de la soberanía, ambos creen firmemente en la idea de que la soberanía es algo indivisible e inalienable. 

En definitiva, dos filósofos como son Hobbes y Rousseau aparentemente distanciados, acaban, a mi parecer, a una distancia verdaderamente debatible; tan solo ideas distintas fundamentadas en valores similares. El contrato social para la mejora de ‘principios’ que forman al hombre, la viabilidad de una sociedad sin propiedad privada y la soberanía indivisible e inalienable son algunos de los aspectos que a grosso modo asemejan a dichos autores a pesar de estar distanciados por algo más de cien años y menos de mil quilómetros.

1 de enero de 2019

Pregúntale a Marx: ¿Los extremos se tocan?


Haces un análisis marxista de la realidad y las cosas cuadran, quien te escucha reconoce que tiene sentido y coincide en muchos de los diagnósticos, PERO…

Todo parece ir bien hasta ese “pero”, a partir de ahí todo son falacias, egoísmo o ignorancia. Uno de los recursos más habituales es “todo extremismo es malo” o, en su versión oficial, “los extremos se tocan”. Una suerte de mecanismo de defensa que separa lo sensato de lo radical, si hablamos de feminismo, condenar a la manada es sensato, oponerse a los piropos es radical. 


Es que vas demasiado más allá. ¿Se puede ir demasiado lejos? ¿Podemos acabar demasiado con el machismo, con la homofobia, con el racismo? Tan solo 2 han sido los problemas que me han planteado al pasarse de anti-racista:

Problemática 1
Al conocido como brazo de gitano se le tiene que llamar pastel alargado o simplemente pastel (al igual que otros 1312 pasteles de formas distintas que no necesitan de nombre propio).

Problemática 2
Que si desconoces la nacionalidad de un magrebí tienes que describirlo por un rasgo que no sea su país de origen, al no aceptar el término “moro” y negarse en rotundo a utilizar “magrebí”. 

En cuanto a problemas reales, no he logrado encontrar uno a día de hoy, por lo que os reto a mencionar alguno en los comentarios. 

Ahora bien, analicemos la veracidad de la sentencia titular ¿los extremos se tocan? La respuesta más obvia es NO. De forma evidente, uno no se convierte en egoísta o tacaño al pasarse de generoso ni se puede volver intolerante al tomarse demasiado a pecho la tolerancia. 

Asimismo, nunca oirás decirle a alguien que lleva al límite una característica negativa que si se pasa va a acabar siendo positivo, es decir, no se le advierte a un misógino machista que de seguir así acabará siendo un aliado feminista. Al parecer, los extremos se tocan de forma unidireccional, cuidado con hasta donde lleves una causa justa porque puedes acabar por ser injusto, pero tranquilo si emprendes una lucha deleznable, pues nunca te desviarás de tu repugnante objetivo. 

De aceptar semejante estupidez, podemos identificar casos en los que no se ha aplicado, Ghandi o Teresa de Calcuta por ejemplo. El imaginario colectivo no tiene a Ghandi como un extremista pacifista (él nunca podría pasar a ser violento) ni a Teresa de Calcuta como una radical altruista (tampoco ella sería egoísta al pasarse de frenada). Lo que diferencia estos dos casos de los mencionados al inicio es la capacidad de generar cambio, de modificar el statu quo. La Tere está claro que no juega un papel revolucionario, pero Ghandi tampoco,. Entiendo que pueda generar confusión la propaganda sobre él, sin embargo, si el uso de la violencia es un requisito para acabar con los privilegios de la clase dominante, el pacifismo es reaccionario.

28 de diciembre de 2018

Pregúntale a Marx: ¿El comunismo quiere eliminar la propiedad privada?


Cuando logras que alguien te aguante la turra marxista y has conseguido pasar del iPhone y esas zapas Nike que llevas, llegará la gran pregunta fruto del interés e incredulidad a partes iguales: ¿Entonces, en un estado comunista se eliminaría la propiedad privada? ¿Quiere decir eso que yo no podría tener ni un piso, ni un coche, ni ropa? La respuesta corta es NO, NO SE ELIMINA LA PROPIEDAD PRIVADA.

La respuesta larga la podemos encontrar en el manifiesto comunista de Marx y Engels, en dicho manifiesto dedican un par de párrafos, si mal no recuerdo, en los que comentan irónicamente este tema. A los comunistas se nos acusa de querer eliminar la propiedad privada ¿pero qué propiedad privada? -pregunta Marx- ¿la propiedad de los productos que mediante el esfuerzo, sudor y trabajo los obreros se han ganado? ¿Esa propiedad que los empresarios arrebatan de forma sistemática robándoles la plusvalía? Ese derecho a la propiedad no puede eliminarse porque no existe realmente para la absoluta mayoría de la población. Los trabajadores pasamos 8 horas fabricando productos u ofreciendo servicios por los cuales tan solo recibimos una pequeña parte, un salario (una cantidad de dinero suficiente para subsistir y poder seguir yendo a trabajar por necesidad) mientras que el resto del beneficio generado, del que nosotros hemos generado, se lo quedarán los dueños de los medios de producción (la fábrica, la oficina, las máquinas, la tecnología, etc., todo aquello que les permite ganar dinero sin necesidad de trabajar).

Si entendemos en ese caso que la propiedad privada realmente no existe ¿a qué tiene miedo la clase dominante? Evidentemente, temen perder la capacidad de enriquecerse a costa del trabajo de los demás. Es que poseer los medios de producción es una forma mínimo 3 o 4 veces más rentable que vender tu fuerza de trabajo. Trataremos de exponerlo mediante un ejemplo para que sea más visual, si yo dedico 20 horas de trabajo y más de 6 años de formación para redactar un informe que vendo por 1.000€, esa cantidad será el total de los beneficios que me reportará dicho informe; mientras que una persona con 80.000€ puede comprar una vivienda para alquilarla o acciones de una empresa y estar sacando beneficio eternamente. Lo que determina si el beneficio será limitado o no estamos generando valor mediante el trabajo o tan solo especulamos.

En un hipotético sistema comunista podrías poseer artículos de consumo (ropa, comida, coche, un iPhone, etc.) pero no poseerías la infraestructura de telecomunicación que necesita toda compañía telefónica para ofrecerte el servicio. Entiendo que a nadie le gusta que limiten sus posibilidades, sin embargo, aunque hoy en día puedas teóricamente, no vas a lograrlo, es un hecho, se ponga como se ponga Mr. Wonderful.

22 de diciembre de 2018

¡A las armas!: Literatura del Rayo Vallecano


La editorial Libros del K.O. lanzó, hace aproximadamente 6 años ya, una colección condenada al éxito titulada Hooligans Ilustrados. En ella, escritores (y no tan escritores) narran sus vivencias y relación con un club de fútbol del estado español. Digo que era un éxito seguro porque quiero pensar que quien de verdad le gusta y siente este deporte disfrutará infinitamente más con una horita de lectura, cuanto menos, interesante sobre la visión que tenga de tu equipo un hincha célebre que con las pantochadas de un puñado de cocainómanos en El Chiringuito o como se hagan llamar ahora.

Personalmente, di con esta colección a raíz de la presentación de ¡A las armas!, el libro sobre el Rayo Vallecano. En dicha presentación encontré 3 personas tan dispares como David Fernández, Jordi Évole y Quique Peinado (autor del libro), lo cual me sorprendió bastante porque van, en ese orden, de una de las personas a las que más respeto a una de las que menos. El Follonero y el tonto de Zapeando no hubieran conseguido otra cosa que alejarme de cualquier producto que recomienden, sin embargo, este era sobre el Rayito y David daba su aprobación así que le dimos una oportunidad.



Antes de entrar a valorar el libro en sí, debo reconocer que no soy un amante del fútbol clásico, hasta hace poco más de 6 años no me interesaba mucho más allá del Barça-Madrid y la Champions, nunca había tenido una camiseta de un equipo, era del Real Madrid y no sabía que era un carrilero. Desde entonces han cambiado muchas cosas, desde luego, pero mi mirada no es la de el típico chaval que ha jugado desde pequeño en un equipo, que ha crecido junto al fútbol y que tiene como tradición los domingos de partido con su padre (o madre).

Ahora ya sí, el libro; la portada me tiene enamorado, tenía claro que me lo iba a comprar aunque fueran un montón de hojas en blanco solo por ese artwork. La línea de portada que siguen en esta colección es bastante minimalista, fondo ocre sobre el que se imprimen detalles mayoritariamente en negro junto con el título y algún que otro toque del color del equipo que lo protagoniza. A esto se añade una imagen, a menudo una fotografía, pensada con mucho ingenio.



En cuanto al contenido seré breve, así como lo es este librillo. El índice divide el texto en 5 capítulos: Familia, Barrio, Política, Estadio y Fútbol. El primero es correcto, narra los recuerdos de su infancia y los orígenes de su familia, que casan bastante con el prototipo de hincha del Rayo. En Barrio extiende esos recuerdos al resto de familias de Vallecas y la vida allí, la heroína, la pobreza, la vida en comunidad, etc. Hasta ahí sin pegas, no he vivido en Vallecas en esa época así que me creo su historia y, a ojos de un iletrado como yo, está suficientemente bien escrito, pero llega Política. Desde el principio encuentras referencias a la ideología, porque no puede ni quiere evitarlas, pero no deja de sonar constantemente a progre del PSOE que cree que aun abandonando el marxismo (porque es muy radical) es la izquierda valiente aunque se esfuerce en demostrar lo contrario. Entiendo, una vez leído dicho capítulo, el porqué de Jordi Ëvole (lo que es) y David Fernández (lo que quiere aparentar ser) en la presentación.

No obstante, los dos últimos capítulos acaban por dejarte muy buen sabor de boca. He disfrutado y sufrido leyendo los momentos más memorables de la historia del Rayo que Quique ha experimentado -y eso a pesar de que no conocía ni la mitad. Ese es el efecto que, a mi entender, este libro debe generar, tanto a los que sienten al Rayo como a los que no. En suma, diría que ¡A las armas! es una lectura recomendable gracias y a pesar de Quique Peinado a partes iguales.



19 de diciembre de 2018

¿Qué diferencias existen entre Benchmarking e Isomorfismo?


Con tal de lograr dirimir las diferencias existentes entre el denominado benchmarking y el isomorfismo, ambos fenómenos propios del ámbito organizacional, trataremos de definir e indagar en la naturaleza de ambos para posteriormente establecer líneas de comparación.
Es imprescindible para la gestión estratégica de una organización en cuanto a entorno institucional se refiere, que se asuma y entienda el concepto isomorfismo. Amos Henry Hawley (Hawley, 1968) definió dicho concepto como “un proceso restrictivo que obliga a una unidad en una población a parecerse a otras unidades que enfrentan el mismo conjunto de condiciones ambientales”. Con su análisis de los efectos del entorno sobre la estructura organizativa, Meyer y Rowan (1977) aplicaron por primera vez el término isomorfismo en el ámbito de las instituciones. Y finalmente, DiMaggio y Powell (1983) desarrollaron el término en su influyente teoría del isomorfismo institucional en los campos organizacionales.
El entorno organizacional es el ambiente en el que interactúa la organización, y éste lo forman redes de relaciones interdependientes, construcciones sociales en constante cambio, recursos, consumidores, otras organizaciones, etc. Dependiendo de los actores o parte del entorno en los que centremos nuestra atención podremos distinguir dos tipos de isomorfismo, el competitivo y el institucional (Meyer, 1980; Fennell, 1980).
Mientras que el isomorfismo competitivo hace referencia a la competencia entre las organizaciones por los recursos y los clientes, es decir, trata del ámbito económico; el isomorfismo institucional implica la búsqueda de la legitimad al adaptarse al entorno socialmente construido.
El isomorfismo institucional, a su vez, es un fenómeno que se da mediante tres mecanismos: el coercitivo, el mimético y el normativo (DiMaggio y Powell, 1983). El isomorfismo coercitivo es producido por la influencia política y legislativa, las leyes marcan ciertos parámetros que todas las organizaciones de un sector en concreto deben acatar y eso les lleva a parecerse de forma notable. El isomorfismo mimético responde a la incertidumbre y busca legitimidad, por ejemplo, en el mercado de las apps, ya es habitual ofrecer 30 días de prueba gratuita antes de poner en venta una aplicación, no hay ley que les obligue a hacerlo de este modo e incluso es posible que no hacerlo no reporte grandes desventajas, sin embargo, copiar una práctica ampliamente extendida aporta cierta legitimidad en el sector. Por último, el isomorfismo normativo viene de la educación formal profesional, la difusión del conocimiento de los expertos y definición de los métodos de trabajo para el establecimiento de una base de conocimientos (DiMaggio y Powell, 1983, p.152) buscando alinearse con los valores profesionales hegemónicos.
En cuanto al benchmarking, debemos remontarnos a la década de los años 80 en Estados Unidos para encontrar su origen. No es que no fuera, en parte, producto de otros conceptos anteriores, pero su aparición explícita va de la mano de Xerox Corporation, una empresa líder en la industria de las fotocopiadoras que vivió un declive con la llegada de Minolta, Ricoh y Canon como competencia. Las empresas japonesas producían a unos precios por debajo de los de Xerox por lo que el producto final era más barato y estuvieron cerca de hundir al gigante estadounidense. Sin embargo, encontraron en el benchmarking la herramienta ideal para recuperar el terreno cedido. Enviaron un pequeño grupo de personas a Japón para estudiar con detalle el proceso, el producto y los materiales de empresas establecidas en la isla. En palabras del presidente de Xerox, Charles Christ, en aquel momento:
“Necesito una referencia (un benchmark), algo con lo que podamos medirnos para entender hacia dónde tenemos que dirigirnos desde donde estamos” (McNair & Leibfried, 1992).
Volvieron con todas las referencias necesarias y estaban por debajo en la mayoría, tenían el doble de trabajadores, tardaban el doble de tiempo en la entrega y diez veces más piezas defectuosas. Tras los cambios, la calidad de los productos pasó de 91 defectos cada 100 máquinas a sólo 14, el coste de producción disminuyó un 50% y el tiempo de desarrollo de productos lo hizo en un 66% (Rickard Jr., 1991).
Por tanto, definimos el benchmarking como “una técnica que busca las mejores prácticas que se pueden encontrar fuera o a veces dentro de la empresa, en relación con los métodos, procesos de cualquier tipo, productos o servicios, siempre encaminada a la mejora continua y orientada fundamentalmente a los clientes” (Fa et al., 2005: 43).
Ahora que ya hemos situado cada uno de los fenómenos, veamos en qué coinciden y en qué difieren. En principio se podría pensar que benchmarking es simplemente otro modo de llamar al isomorfismo mimético, ya que ambos implican reproducir procesos, técnicas o estrategias de otras organizaciones. No obstante, encontramos cuatro diferencias significativas entre ambos fenómenos:
El modo; si bien el isomorfismo suele limitarse a calcar los elementos antes mencionados, el benchmarking da mayor importancia a la adaptación de técnicas ajenas a la organización propia realizando los cambios necesarios en función de las circunstancias y características de la organización.
La causa; el isomorfismo mimético puede ser una respuesta ante el problema de la incertidumbre, al llegar a un ambiente organizacional nuevo surgen cientos de preguntas sobre “cómo hacerlo” y reproducir lo que hacen las grandes organizaciones del sector parece una idea razonable. En cambio, el benchmarking puede darse en organizaciones, especialmente empresas, líderes en el sector que han hecho las cosas bien para llegar donde están pero deben renovarse y actualizarse para no perder el puesto.
La intención; muy relacionado con lo comentado en las dos anteriores, mientras que el isomorfismo mimético copia sin un especial énfasis en la adaptación procedimientos de las organizaciones asentadas por evitar esa incertidumbre pudiendo hacerlo de los menos apropiados, el benchmarking busca la mejor estrategia de cada departamento y empresa, se guía por la calidad de ésta no por la estabilidad de la organización en la que se miran.
Y la tipología; el benchmarking tiene vertientes como el benchmarking interno1 o el funcional2, lo cual carece de sentido hablando de isomorfismo mimético.
Finalmente, resulta interesante apuntar como en los modos de imitación de Haunschild y Minner (1997) encontramos una tipología que parece estar situada a caballo entre los dos conceptos comparados antes. Haunschild y Minner establecen tres tipos de imitación, la basada en la frecuencia, la basada en los rasgos y la basada en los resultados. Ésta última es la que nos interesa porque se define como la imitación de prácticas que, aparentemente, han tenido buenos resultados para otras organizaciones en el pasado mientras que evitan las malas.
1 Se suele dar en grandes empresas formadas por numerosos departamentos y/o divisiones, en las que es muy común compara los niveles alcanzados dentro de la misma organización. Debitoor: https://debitoor.es/glosario/definicion-de-benchmarking
2 Consiste en compararse con empresas que no pertenecen a tu misma industria; con este consigues la ventaja de obtener la información necesaria al no ser competidor de la empresa. Debitoor: https://debitoor.es/glosario/definicion-de-benchmarking

20 de noviembre de 2018

20-N


20 de novembre. Data sagrada per nosaltres: els homes i dones de bé. A qui vull enganyar: homes. Un dia ambivalent. Contradictori. Un 20 de novembre de 1490 (segons diu una web que comença per wiki i acaba per pedia) es va publicar “Tirant lo Blanc”. El mateix dia de 1910 moria l’escriptor Tolstoi. El mateix dia del 36 morien Buenaventura Durruti, José Antonio Primo de Rivera, i Antonio Rivera, “el Ángel del Alcázar”, qui tot i ser un Rivera no era cosí de Primo de Rivera. Aquesta acudit només té sentit en castellà. Podeu rellegir-lo en castellà? Gràcies.

2 de noviembre de 2018

Heineken i l'estrella roja


És tard per la matinada. Et trobes en un d’aquests bars en què alguna ment preclara ha volgut fer calers a través del concepte “pub”. Il·luminació ultravioleta i llistes d’spotify durant tota la nit. No tens ganes de ser-hi. Però hi ets. No saps ballar, i què fas? Estàs a prop del munt d’abrics aguantant la teva beguda. Quina? Una cervesa. La segona ronda, per ser concret. A la primera has aprofitat la consumició de regal i t’has fet un cubata. Però la segona no et vols gastar més calers i demanes una cervesa. I t’espantes. Et claven 5€ per una cervesa que l’únic de bo que té és que patrocina la Champions. Tots coneixem aquesta sensació d’haver-la cagat. Tots coneixem aquesta marca de cervesa: Heineken. I com que igualment no lligaràs mires l’ampolla. “Una estrella roja? Que curiós...Tindrà alguna cosa a veure amb la URSS. A Holanda sempre han set molt progres, amb lo de la maria, el barri roig i tal, però potser es passen posant aquesta estrella vermella, no?” 

No sereu els primers a fer-vos aquesta pregunta. A Hongria i el seu “dictator”  -en paraules d’en Jean Claude Drunker (heu vist el vídeo que li carda una hòstia a l’Orbán?)- diuen que l’estrella roja de la Heineken és un símbol que honora al nazisme i la dictadura de 40 anys comunista. A mi no em mireu, jo ho he trobat així a una notícia. És això cert? No. Però té alguna relació amb el comunisme? Sí, de forma indirecta.

Si rebusqueu a internet trobareu les més descabellades teories. I també trobaràs la versió oficial de la casa Heineken. En un vídeo animat d’aquests que es porten ara, et diuen que van escollir una estrella de cinc puntes per simbolitzar cada un dels ingredients amb què es fa la cervesa: aigua, civada, llevat, llúpol i no sé quina merda de la màgia dels cervesers... Total, que s’ho han tret de la màniga. L’estrella té 5 puntes, perquè les estrelles que es dibuixen, normalment tenen cinc puntes. La raó perquè tenen una estrella, és que no hi ha raó. Segur que el de màrqueting en el seu dia va dibuixar l’estrella, i van dir “queda de puta mare”, i palante. El color, diuen que és casualitat. Que al ser el contrari del verd, doncs vermell. M’ho crec, tampoc hi donaria més voltes, total és cervesa. Puc passar a dir birra? Tots en diem birra. En fi, tu: Doncs això, que l’origen no seria el clamor comunista del senyor Alfred Heineken. Però si que hi ha un relació. 

Cap als anys 30 tenyeixen l’estrella de color vermell, pel motiu que hem dit: màrqueting. Total, què passa a finals dels 40? Que USA i els seus amiguets no són gaire fans de l’URSS, el comunisme, Lenin, Stalin, el color vermell i la mare que va parir tot el que fa olor a comunisme. I en això que en diuen Guerra Freda, doncs els de Heineken es diuen: “Tu els bojos aquests dels americans, estan fent una caça de bruixes bastant heavy. Ara, ens donen calers. Per tant callem. Fem una cosa, per evitar possibles boicots i que vingui la CIA a arrencar-nos una confessió de pertànyer al partit comunista holandès, doncs canviem l’estrella de color i tots contents”. I així ho fan. Durant 40 anys l’estrella roja deixa de ser roja. És blanca amb línia vermella. Subtil. Què us penseu, encara tenen orgull. Quins rebels. L’estrella segueix sent vermella. Una mica menys. Fins quan dura això? Doncs fins que arriba el nostre amic Boris Ieltsin (conegut amic de la cervesa, el vodka, i l’alcohol de cremar si cal), i els americans decideixen que ja no queden comunistes. Hurray! La Heineken torna a tenir l’estrella vermella. I tothom es queda igual. Total la birra segueix sent igual de dolenta. Això cau més o menys per l’any 91. Heineken patrocina la Champions. Sabeu qui la guanya? Doncs sí, l’Estrella Roja de Belgrad. Casualitat? Causalitat? 


Moralina de la història. No beveu Heineken, que és cara i dolenta. Pel mateix fet beveu-vos un cubata. Ah, per cert, sabeu d’on ve l’expressió cubata? És una història bastant curiosa, ja us l’explicaré algun dia. 

P.S: Si us hi fixeu les “e” del logo de Heineken són rares. Estan com tombades. Ho van fer exprés perquè així, amb la força de la imaginació, hi veus una cara somrient, de perfil. Contenta perquè està bevent Heineken. En fi. Vaig a beure una estrella. Que és una merda? Sí. Però és la nostra merda.